CAPÍTULO 28

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Le ayudé a mi padre a preparar el desayuno. Yo batía los huevos mientras él cocinaba el tocino.

Lo puso en cuatro platos y se puso a hacer los huevos revueltos.

Él terminó enseguida y yo llevé los platos a la mesa. Serví la leche en un vaso y subí a mi cuarto con un croissant.

— Emma.— pasé adentro — Toma. No he podido conseguir leche porque se acabó.

— No te preocupes, ya estoy bien con lo que me has traído.— me dio un beso y se fue a desayunar en mi escritorio.

Bajé de nuevo a la cocina y mi hermana mayor por un año me interrogó con la mirada.

— ¿Qué hacías? ¿No le habrás dado comida a esa pobre no?

Negué con la cabeza.

— Encima duerme en tu habitación, qué asquerosa que eres.

Mamá pasó por al lado como si no hubiera escuchado nada y se sentó a desayunar.

Papá me dio un apretón de mano y me susurró al oído:

— Ignora a tu hermana.

Yo le sonreí y nos sentamos todos a desayunar.

Fui la primera en terminar y luego ayudé a Emma a fregar los platos porque se tenía que ir a la tienda de mi padre a trabajar.

A Cris no le importaba si llegaba tarde, pero mi amiga estaba tan agradecida con él que quería ser puntual.

— Venga corre.— le puse su chaqueta mientras ella se calzaba los zapatos — Ale, adiós.

— Chao pingüino.

Se fue y al cabo de unas horas vino Raúl a mi casa. Estaba siendo muy pesado, había venido todos los días a tocar la puerta a la misma hora de siempre y exactamente todos los días por la misma cosa.

— Que no.— le cerré la puerta, pero él puso el pie.

— Va, que sólo es una nochecita y te dejo.

— Soy yo la que decido qué hacer con mi cuerpo, no tú, gilipollas.

— Entonces no te voy a dejar en paz.

— Bla bla bla.— me burlé — Haber si es que te falta un tornillo para entender qué es no.

Le di una patada en los huevos y cerré de golpe la puerta.

Me quedé encerrada en mi habitación hasta que escuché que llegaron de trabajar a la tarde papá y Emma. Bajé corriendo y los recibí con un abrazo a los dos.

— ¿Sabes qué?— me sonrió papá — Hoy me he encontrado a una amiga tuya en mi tienda. Fue con su novio y amiga a comer.

— Creo que se llamaba Celia.— añadió Emma.

Vaya, tenía que ser Celia.

Mi amiga dejó la bolsa con la comida de la tienda en la mesa porque esto era lo que íbamos a comer.

Repartí el pollo en secreto para cinco personas. Cogí el quinto plato y lo subí a mi habitación para que comiera allí en secreto.

Pero de pronto escuché un ruido escandaloso. Bajé corriendo las escaleras que casi me caí y llegué a la cocina. Papá cogió de los brazos a mamá que juzgando por el vaso roto en el suelo debió de haberselo lanzado a mi amiga.

— Luisa párate.— papá la arrastró hacia atrás para que no le pegara a Emma.

Yo me puse delante de mi amiga para protegerla.

— Esa esclava intentó robarnos comida. — la acusó mamá.

— Noa, no es así. — mi amiga me abrazó los pies — Es tu hermana que me pidió que le llevase la comida a su habitación.

— Que baje ella misma a por la comida, no dejes que te obligue.

Cogí mi plato y las dos subimos a mi habitación. De mi baño personal que tenía en mi cuarto saqué un botiquín y le curé las heridas del brazo que le habían producido el vidrio.

— Gracias.

— No tienes por qué agradecerme.— la abracé apenada.

Las dos nos quedamos en mi cuarto comiendo pollo.

Después de comer, cuando me había puesto a hacer los deberes, Emma se había ido a trabajar, mamá entró por la puerta y tiró los libros al suelo.

— ¿Aún estás enfadada por lo de antes?

— A mí no me hables así.— cogió las tijeras de mi estuche y me lo apuntó en la cara — No me fio de ti, así que no te voy a dejar sola en casa. Te vienes conmigo y con tu hermana.

Por la dirección en que íbamos supe que nos dirigíamos al supermercado.

Recordé unas galletas que le encantaban a mi amiga y fui a la estantería a por ellas.

Al girar la esquina para entrar en el pasillo de comidas hechas me encontré con Celia.

Nos quedamos paradas por un rato mirando la una a la otra sin atrevernos a hablarnos o a apartarnos.

La miré con unos ojos llenos de ira y molestia asustandola.

— Apártate.— al fin articulé palabra.

— Eres muy grosera.— siguió ahí de pie.

— Nadie ha pedido tu opinión, y no pienso volver a repetirlo.— la amenacé levantando el puño.

Creo que no quiso pelea y por eso se hizo a un lado. Aunque mi hermana pasó al lado suya chocandole adrede el hombro y detrás de Lucía pasó mi madre.

— ¡Coño, mira por donde vas!— le gritó mi hermana.

Celia se quedó mirando nuestros tres relojes de la familia Palacios.

— ¿Qué miras?— mi madre la miró con desprecio.

— Nada, lo siento.

Se dio la vuelta y regresó rápidamente con su madre.

Regresé pronto del supermercado a casa.

A la noche, cuando ya estaba a punto de dormirme un número desconocido me llamó.

— Joder, ¿quién está llamando a estas horas?

Hasta la llamada despertó a Emma.

— Cógelo.— se quejó, luego me abrazó por las espaldas y siguió durmiendo.

Acepté la llamada y me quedé callada para escuchar quién era.

— Por favor, necesito tu ayuda... — la voz que me sonó familiar hizo una pausa — Papá ha vuelto a pegar a mamá, y es que ni si quiera se merece que lo considere como mi padre. No sé, es que me siento muy inútil, no he podido hacer nada...

Escuché sollozos, la persona de la otra línea estaba llorando.

— ¿Quién coño eres?

La otra persona directamente colgó.

— ¿Pero esa no era Celia?— Emma se despertó.

— Ostia, pues la he colgado.

ÁNGEL DEMONIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora