Arreglo mi cabello, muerdo el interior de mi mejilla, aprieto mis manos, abro la boca. No encuentro forma de romper el silencio que nos envuelve.
Miro al futbolista y me arrepiento de inmediato. Mi corazón se altera en cuanto veo, en cámara lenta que pasa la lengua por sus labios. La garganta se me seca y mi estado empeora con el giño seductor que me regala. Tengo todos los problemas respiratorios que no he tenido en 24 años.
–Yo... hola –mis mejillas se tiñen de rojo al instante.
Me ignora, cortando el contacto visual para centrarse en la guía. Pese a que lo normal sería que diga algo, solo levanta una ceja, expectante.
«Maleducado»
–Lamento interrumpirlo, señor...
–ya lo hiciste. ¿qué quieres?
¿Dónde queda la amabilidad?
Aunque sé que no me está viendo, lo miro mal.–La señorita Isabella Brown no está registrada para la visita y sin...
–¿Quién es esa?
Pese a la voz neutra, noto en su expresión un ápice de confusión que llega, así como se va. En cuestión de segundos, sin darme tiempo de analizarla. Sus ojos pasan de la encargada hacia su hombre de confianza, me mira por una fracción de tiempo y se detiene en mi amiga, que le sonríe de inmediato.
Isa abre la boca dispuesta a presentarla, pero por algún impulso que en ese momento no reconozco, doy un paso al frente y me adelanto. Elijo ignorar a mi parte racional, que se avergüenza por no haberle dicho nada antes.
–Quise avisarte antes, pero no encontré el momento y lo menos que quiero es incomodarte –me paro de puntillas para mirarle a los ojos–. Isa, mi amiga, es muy fan de tu equipo y se animó a acompañarme... lo siento.
Sus ojos me miran de forma distinta, y no sé si es molestia, pero esa forma de detallarme me envía una descarga eléctrica a la columna vertebral que me toma desprevenida. Nerviosa, agacho la cabeza mientras atrapo el labio inferior con mis dientes. No debió haber venido. No debí esperarla en el aeropuerto porque era mi momento, mi cita y una invitación personal. Así que Alexander está en todo el derecho de corrernos a las dos.
A ella por entrometida. Y me pesa, sin embargo, es así como la ve mi parte racional. A mí por ser incapaz de poner límites.
–Encárgate –le indica a Tom después de asentir.
–Pero...
–Tu amiga estará en buenas manos. Vamos que el entrenamiento está a punto de empezar.
Extiendo mi mano queriendo entrelazarla con la suya, no obstante, solo la mira y pasa de largo, señalando a los campos de juego. Pese a la sonrisa arrogante que me dedica pasos más adelante, mi mente no se cansa de repetir que nada está saliendo de acuerdo a lo planeado. En mi pecho algo se hace chiquito ante el rechazo y culpo inconscientemente a mi amiga. Culpa mía también es, claro; pero me enojo con Isa hasta el punto de avanzar mientras me habla.
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Fuera de Juego
RomanceElla, una pianista romántica y soñadora. Él, un futbolista famoso y mujeriego incapaz de amar. Un encuentro fortuito que une a dos mundos tan diferentes como el silencio de una sala de conciertos y el rugido de un estadio. Detrás de la sonrisa perfe...