16. ACUERDO DE CONFYDENCIALIDAD

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–Es solo una formalidad –vuelve a señalar la carpeta que sostengo entre las manos–

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–Es solo una formalidad –vuelve a señalar la carpeta que sostengo entre las manos–. Está la seguridad de una niña en juego, los intereses del señor Linguini...

–Aquí dice Alexander madrigal –mi representante me arrebata los papeles con el ceño fruncido–. Explíqueme una cosa, licenciado Ferrer. Si son intereses de Davide Linguini, ¿por qué el contrato no tiene su nombre?

La sensación fatalista que experimenté luego de mi primera noche en Liverpool no fue un mal presentimiento ni una reacción posterior al cúmulo de emociones disparejas que me vi obligada a enfrentar. Fue una advertencia para las cosas a las que tuve que hacerle frente después, una peor que la otra, en una cadenita que no tenía cuando acabar. Era una señal para parar lo que sea que fuese el causante de la debacle que se venía con fuerza, a la que evidentemente, no le presté la suficiente atención.

El extraño comportamiento de Alexander, la traición de Isabella, el escándalo mediático que supuso la entrevista, el acoso de la prensa a niveles inimaginables. Porque de la noche a la mañana he dejado de ser una persona común en Madrid, he llegado hasta a ver periodistas en la puerta de mi casa.

Además de lidiar con la frialdad del futbolista en cada mensaje o cada intento de llamada, resulta ser que me manda a uno de sus abogados a firmar un contrato.

Y todo ello en menos de una semana. Es viernes por la mañana cuando llega a la oficina de Katia el representante legal de Madrigal en Madrid, con un "acuerdo confidencial" para evitar que filtre a la prensa la confesión que me hizo Davide. No tiene cita, pero insto a mi representante a recibirlo luego de escuchar que viene de parte de Alexander, nunca me imaginé el verdadero motivo de su visita.

–Mi representado se siente en la necesidad de proteger los intereses de su amigo, a fin de cuentas, es quien los presentó. Y con los últimos acontecimientos, entenderán que no se puede fiar de nadie.

–Los intereses de su amigo y los suyos también, por lo visto –observa pasando las páginas de manera descuidada–. Tenga la amabilidad de decirle a su representado que Sofía no va a firmar nada.

Leo partituras, no contratos. Dejando de lado ciertos detalles poco comprensibles del documento, he logrado entenderlo en un buen porcentaje.

Se trata de una cláusula de confidencialidad con un par de puntos bien marcados. No solo es el echo de mantener en secreto la existencia de Sofía linguini, si no también el no filtrar nada a cerca del restaurante. No puedo compartir fotos del campo de entrenamiento ni del pent-house, ni dar detalles a groso modo de mis días en Liverpool. Nada, ni siquiera una afirmación a preguntas triviales o algún que otro gusto que he podido descubrir de Alexander puede filtrarse.

No puedo darles detalles a mis amigas de nuestras comidas, de nuestras cenas, de las conversaciones con las copas y mucho menos nada a cerca de lo que pasaba después. Ni siquiera le puedo contar a mi madre que le preparé un tiramisú de cerezas y un pollo a la plancha con su salsa secreta.

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