Cada esquina, cada ruido, cada sombra me recuerda a lo que he perdido. Mi corazón, hasta hace un par de horas lleno de melodías y sueños, ahora es un eco vacío que resuena con el del dolor que consume a mi alma y a todo lo que soy.
Ya no sé quien soy, y no sé a dónde voy. Caminar sin rumbo por las calles de Liverpool solo es un reflejo de todo el sentido que ha perdido mi vida en cuestión de segundos. Tengo a puertas un concierto, un álbum de estudio, varios festivales en invierno, patrocinios con marcas importantes. Sin embargo, pese a que una parte de mi mente lo repite constantemente, he llegado a la conclusión que no vale la pena y que no me importa lo suficiente.
Indiferente a la tormenta que llevo dentro, la gente pasa a mi lado como sombras. No conozco a nadie. Soy una isla en un mar de rostros desconocidos, y en medio de todo ese caos siento que me pierdo un poquito más.
Me siento como una hoja que ha sido arrancada, pisoteada y que ahora es arrastrada por el viento, sin rumbo y sin ancla. Por momentos me invaden las ganas de sentarme en el suelo a llorar, porque hoy he perdido mucho y ya no me queda nada. Sin oxígeno, sin voluntad, con mis sueños apagándose en el suelo como pedacitos de estrellas y mi corazón llorando en silencio.
No camino sola, pero me siento sola. Lejos de casa, sin mi madre y mis amigos. En un país que pese a la cantidad considerable de veces que he visitado en los últimos meses, es desconocido, extraño y cruel.
Y lo más terrible de todo esto es que la culpa fue solamente mía. Por ingenua. Por estúpida. Por ensordecer todas las advertencias. Por enamorarme de un alérgico a soñar.
Me duele caminar, me duele respirar, me duele la vida misma. Me duele amarlo como lo estoy amando ahora; me duele haberme enamorado sin razón. Me duele haber idealizado a alguien que está vacío por dentro.
Me duelen los planes, las ilusiones. Me duele pensar en todo lo que di y no recibí. Me duele el sueño rosa que hoy, tal como dijo Katia, se acaba de convertir en una pesadilla gris.Al final no era tan cierto que quería estar sola. Necesito un hombro donde llorar, unos brazos a los que aferrarme porque siento que estoy volando al ras del suelo. Y no tengo a nadie.
Pero sí tuve. Davide había visto como me rompían de cerca, cómo dejaba que me humillasen una, y otra, y otra vez sin piedad, y cuando decidí recoger las migas de dignidad que me quedaban, estuvo ahí para sostenerme. Me dio el pañuelo de tela blanca que todavía guardo en el bolcillo, me dijo que «era mucho más que esto», pero yo no podía más.
Me sentí la persona más asquerosa e infeliz, me odiaba por haber rogado tanto y por haberme perdido así, y sentí la necesidad de huir. No iba a quitarle a su hija la oportunidad de pasar un momento agradable a su lado por algo que me había buscado yo, y aunque insistió en acompañarme, porque «no se iba a sentir bien dejándome sola», finalmente siguió con su camino.
–Si me necesitas, búscame, por favor –me había dicho, poniendo en mis manos un papel con una dirección y un número de teléfono.
Y mientras el ruido de los automóviles me hacía estragos, decidí llamarle. Ya no tenía nada que perder. No conocía a nadie más aquí. Estaba lejos de todos los que quería cerca. Alexander me había dejado ir.
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Fuera de Juego
RomanceElla, una pianista romántica y soñadora. Él, un futbolista famoso y mujeriego incapaz de amar. Un encuentro fortuito que une a dos mundos tan diferentes como el silencio de una sala de conciertos y el rugido de un estadio. Detrás de la sonrisa perfe...