22. Nunca fuimos nada

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–No saben, estamos construyendo una relación maravillosa

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–No saben, estamos construyendo una relación maravillosa. Davide es tan tierno.

Llego tarde a la cena navideña de mis amigas del colegio. Esta vez, no es culpa del tráfico ni del reloj; no pensaba venir. No me sentía con ánimos de seguir sonriendo a fuerzas, levantarme de la cama costaba y por alguna razón, este diciembre se sentía distinto a los demás. De lejos, estaba siendo el peor mes de todo el año.

Pero mi madre había insistido demasiado. Tenía un punto, pues no había asistido a la cena navideña del año pasado porque tenía un festival en Sevilla; en agosto, no había ido a la graduación de una de ellas porque se cruzaba con un partido. Pero ahora todo se había alineado. El concierto había sido hace apenas dos días, y aún estaba en Barcelona. Según ella, lo mejor en estos casos era no aislarse, porque los recuerdos se hacían más insufribles entre cuatro paredes, bajo las sábanas, en silencio.

–Espero que lo traigas a una de nuestras reuniones, o que te consiga entradas para... ¡Sofía! –Clara fue la primera en notar mi presencia, y percibí una alegría genuina cuando se paró para abrazarme–. Pensé que no ibas a llegar.

–Con eso de que eres la pianista del momento y tienes una agenda apretada, ya empezábamos a creer que te habías olvidado de nosotras –la secundó Atenea.

No pensé que un par de abrazos me reconfortarían tanto. Me dejé envolver por mis amigas, con las que había vivido gran parte de mi infancia y mi adolescencia. Estuvieron ahí cuando mi padre murió, brindándome su apoyo incondicional, buscando una y mil maneras de hacerme sentir bien. Aunque ahora las cosas eran diferentes, porque ignoraban que me estaba ahogando en la desilusión y el dolor, encontré consuelo en el gesto cargado de efusividad.

Por un momento mi mente se olvidó de Alexander, de sus palabras cargadas de indiferencia, del millón de sueños que se cayeron al suelo al escucharlas. Por un momento dejé de sentirme una mujer ajena. Por un momento volví a ser Sofía Romero.

–Eso no es cierto. Saben cuánto las quiero. ¿Cómo habéis estado?

–No tan bien como tú –ahora es el turno de Gabi, que me abraza por breves segundos antes de entregarme una copa de champaña–. No hemos conocido a alguien tan guapo como Madrigal, y no hemos llenado un teatro.

Pero en medio de todos esos recuerdos felices de mi infancia y de esa sensación de estar en un lugar seguro, la realidad vuelve a atacarme, desestabilizándome.

De la nada las lágrimas amenazan con salir, mi pecho se siente pesado, respirar cuesta. Aprieto mis dedos alrededor de la copa, procurando sonreír.

–Fuimos al concierto. Bueno, todas menos Clara....

–¡Pero porque tenía turno! Igual, les mandé mi cartelito y les pedí que grabaran todo.

–Dime que viste los carteles, por favor –esbozo una sonrisa más amplia al toparme con los ojitos suplicantes de Atenea y asiento, recordando las fotos que me mostró Katia después.

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