«me dejó sola otra vez», es lo que mi mente repite insistentemente mientras emplato las tostadas francesas y los huevos revueltos. Pese a habérselo casi suplicado, no se quedó conmigo luego de hacer el amor. ni un beso, ni un abrazo, ni una caricia. En teoría, ya lo hemos compartido todo. sin embargo, cuando actúa así, tan frío y distante, siento que no hemos compartido nada. He llegado hasta a sentirme usada, pero luego mi corazón recuerda sus ojos dominando a los míos y desecha la idea.
Lamentablemente, nunca me siento del todo bien. Siempre está, aunque muy disimulada, esa sensación de inconformidad, o insatisfacción, o duda, o una mezcla de las tres. Sonrío para no hacerme ideas extrañas; pienso en sus ojos para tener claro cuan enamorada estoy; tarareo canciones románticas para recordar que estoy viviendo mi propia historia de amor. Hago hasta lo imposible por minimizar esa incomodidad tan fastidiosa que amenaza a cada nada con expandirse un poco más.
A fin de cuentas, seguimos sumando más primeras veces juntos. Y eso debe ser bueno ¿no?
Le hago el desayuno por primera vez. Vamos a desayunar juntos por primera vez.
Primero dudo si debo servir en la barra de la cocina, o en la mesa del comedor, o en la del jardín o en la de la terraza principal. Luego, aún sin estar del todo convencida, empiezo a armar todo en el balcón del segundo piso, con vista exclusiva al campo de golf donde ya hay gente jugando. Ciertamente, el día está hermoso, ahora sí parece una mañana primaveral, con pajaritos y un sol resplandeciente.
–Iba a pedir desayuno ¿he? –doy un saltito al sentir sus manos grandes en mi cintura–. Ten cuidado, no hay personal...
–Podía limpiarlo yo –contesto sin aliento mientras me apresuro por dejar la jarra de jugo al medio.
Carraspeo, mis mejillas se tiñen de rojo, las piernas me flaquean, me falta el aire. No sé si en ese orden, o quizá sí, pero, de cualquier forma, compruebo una vez más que tenerle cerca me desarma.
–¿tan nerviosa te pongo? –se acerca un poco más, acorralándome entre su cuerpo y la mesa.
Mi piel se estremece cuando muerde el lóbulo de mi oreja con descaro, sopla despacito, vuelve a morder. Me muevo incómoda, presa de una presión aguda entre mis piernas y del calor que se expande desde mi estómago a todas las direcciones.
Joder.
–Para nada. No te esperaba todavía..., eso.
–Huele bien –aspira un par de veces, poniéndome los pelos de punta–. No sé si es la comida, o tú. Pero ¿sabes? voy a comprobarlo.
Me besa el cuello mientras una de sus manos se mete por debajo de mi blusa y empieza a hacer círculos lentos en mi vientre. Por instinto arqueo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, entregada de lleno a las caricias de su boca sobre mi piel.
Jadeo cuando vuelve a atrapar el lóbulo de mi oreja entre sus dientes, pero pierdo el suelo cuando me muerde el cuello, justo cuando su mano traviesa se aventura a descender un poco más, hasta colarse bajo el inicio del pantalón.
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Fuera de Juego
RomanceElla, una pianista romántica y soñadora. Él, un futbolista famoso y mujeriego incapaz de amar. Un encuentro fortuito que une a dos mundos tan diferentes como el silencio de una sala de conciertos y el rugido de un estadio. Detrás de la sonrisa perfe...