18. UNA TAZA DE TÉ

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No supuse que la noche del lunes, cuando me fui de la casa de Alexander con un leve malestar en el pecho, sería una de las últimas veces en que mi orgullo se anteponía a mis sentimientos

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No supuse que la noche del lunes, cuando me fui de la casa de Alexander con un leve malestar en el pecho, sería una de las últimas veces en que mi orgullo se anteponía a mis sentimientos.

Había subido al auto alterada, con mil dudas en la cabeza y un mal sabor de boca. Me hallé segura de no asistir al partido del miércoles, porque después de haberme echado sin saludarme antes no se lo merecía. Luego de esperar durante horas por unas disculpas, descubrí una cierta duda respecto a cuan enamorado estaba de mí.

Sin embargo, pese a no haber recibido señales de vida al día siguiente, el miércoles por la noche, luego de dar una clase modelo en la universidad, llegué al imponente Santiago Bernabéu, donde la selección de España se mediría a Polonia. El ambiente de expectación se sentía desde la entrada, y un poco más controlado, todavía se podía respirar en los palcos. Ya no era Real Madrid versus Barcelona, el clásico que dividía a un país; era un juego que unía a todos los fanáticos de la liga para ver a su país en el mundial de Rusia.

La magia del fútbol no se veía solo en la cancha con las paradas colosales de los porteros o las jugadas maestras. También se veía fuera, en su facilidad para dividir a un país en los torneos de clubes y unirlo en los de selecciones.

Mientras Bárbara y Marisa vieron el partido desde un palco solo para ellas, me tocó hacerlo junto a gente que ni siquiera conocía. Ello supuso que mi experiencia fuese un poco incómoda y distinta a lo que me acostumbré a vivir en los juegos del Liverpool. No le reprochaba nada a Alexander, de echo, entendía que ahora le diese prioridad a su familia. El problema era yo. No podía concentrarme del todo.

Eran las advertencias, sus actitudes tan complejas, ese "¿estará enamorado de ti" revoloteando en mi mente, la última plática con su abuela.

Pese a ello, mi corazón sintió una especie de alivio al finalizar el juego, cuando un escolta se acercó para acompañarme al vestuario. Verle recién bañado, con el pelo alborotado y una expresión de satisfacción en el rostro me iluminó la noche, haciéndome caminar a paso ligero hacia donde se encontraba.

–¡Felicidades! –le dije, poniéndome de puntillas a la espera de un beso que lamentablemente, nunca llegaría, puesto apartó la cara sin delicadeza–. Lo hiciste genial.

–Siempre lo hago bien –me señaló una puerta entreabierta–. Sales por allá, te están esperando para llevarte. Hay exceso de prensa afuera.

Se dispuso a avanzar, sin embargo, le agarré del brazo y atajé el camino a como pude, tragándome la incomodidad y las dudas. Mi subconsciente, negado a aceptar algo con el futbolista, se manifestó en reproche. Según ella, estaba perdiendo el orgullo.

–Pensaba esperarte.

–Odio dar explicaciones, Sofía –rodó los ojos y se movió conmigo a una esquina–. Tengo rueda de prensa y luego vamos a celebrar.

–Te quiero acompañar. He visto que hay parejas que se quedan y...

–Parejas. Novias o esposas. Tú no eres ninguna de las dos.

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