11. HEY JUDE

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Me equivoqué al asegurar que no nos volveríamos a ver después de ese primer encuentro

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Me equivoqué al asegurar que no nos volveríamos a ver después de ese primer encuentro. Y él también, ya que nuestra primera cita no fue ni en un café, ni en una farmacia. Fue en un restaurante cerca al campo de entrenamiento, sofisticado y elegante para el que no había venido preparada. A simple vista él tampoco, sin embargo, nadie nos impidió el paso pese a haber incumplido desde luego con el código de vestimenta. Al cruzar el umbral nos envolvió una atmósfera de sofisticación y calidez. La luz creaba un ambiente íntimo, mientras que los muebles tapizados en telas suntuosas invitan a la comodidad. Las paredes están decoradas con obras de arte originales, creando un espacio visualmente atractivo; la música ambiental, que ha sido cuidadosamente seleccionada aporta un toque armonioso. El aroma de platos gourmet impregna el aire despertando el apetito y la curiosidad. La atención al detalle es evidente en cada elemento, desde la cristalería reluciente hasta los cubiertos de plata. Pero no es mi lugar.

Como si de una celebridad de cine se tratase, captamos la atención de toda la gente desde el momento en que le entregamos la llave del deportivo al valet parking. En un inicio llegué a creer que era por la vestimenta, porque era inusual llegar a un restaurante elegante donde se llevaban a cabo comidas importantes con ropa de entrenamiento. esa percepción cambió con el paso de los minutos, al divisar a lo lejos que comensales y empleados murmuraban por lo bajo mirando en nuestra dirección, o más bien, a Alexander, que después de darse un baño en los vestuarios de Melwood, optó por usar un juego de camiseta y short con los logos de su equipo. Nada de lentes, nada de sombreros para ocultar su identidad. Y si lo de la prensa me parecía extremadamente abrumador, el hecho de comer siendo el centro de atención lo era aún más.
Siempre soñé con una primera cita diferente, en otro lugar y sin presiones de por medio. Porque a estas alturas ya no me sorprendería si entre toda la gente vestida con sastre aparece un camarógrafo.

«Las princesas de las historias que leen frecuentan lugares así. es un cuento de hadas real» –consoló mi corazón.

«Pero tu cuento de hadas era en un restaurante campestre, o en no sencillo del centro de la ciudad»

«En vez de quejarte, deberías estar contenta. ¿Sabes cuantas mujeres darían todo por estar en tu lugar»

Eso bastó para tener conforme a mi parte consciente, esa que no quería cambiar su forma de vida por estar enamorada. Mis sentimientos enterraron las quejas con facilidad, y sin saber cómo, prometí disfrutar del desayuno. Llegué a sorprenderme de lo rápido que el corazón ganaba a la razón, ni siquiera la guerra había comenzado y él ya llevaba la delantera.

¿qué tan bueno podía llegar a ser?

–¿No es cansado? –rompí el silencio ni bien la mesera se fue con el pedido.

–¿Qué?

–Ser el centro de atención. Que todo mundo te mire y hable de ti.

–Si soy el mejor, que hablen todo lo que quieran –ruedo los ojos–. Es parte del oficio, no puedo quejarme.

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