17. Primera vez cayendo

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La única cosa que tengo claro cuando tomo un avión a Viena ese jueves por la tarde es que no voy a ir al partido de esta semana

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La única cosa que tengo claro cuando tomo un avión a Viena ese jueves por la tarde es que no voy a ir al partido de esta semana. Luego de haber ido a cuatro juegos de premier consecutivos, alineando mis compromisos a los horarios y procurando organizar mi tiempo para no perder ningún vuelo, algo se siente raro con la idea de no verle esta semana. tengo dos días de festival en una de las ciudades más históricas del mundo, de hecho, inauguro la primera noche y cierro la segunda. Debería estar feliz. Sin embargo, tengo una grieta en el pecho y un sabor a despedida atascado en la garganta.

Nos veríamos en trece días, puesto el próximo viernes él juega en escocia y yo tengo una presentación especial en un concierto benéfico de Madrid. El solo echo de pensarlo me ponía mal. Resultaba sorprendente la facilidad con que me acostumbré a verle, a sentirle cerca, a formar parte de todos sus logros como una más del equipo. Mi corazón había aprendido la rutina de los lunes a viernes con mensajes escuetos, puesto sabía que el fin de semana ya estaríamos juntos. Todo esto en menos de un mes.

Por ello, mientras los clubes rogaban para que no llegase el parón de selecciones, cruzaba los dedos suplicando que el tiempo pasara rápido. Alexander volvería a España para jugar con el equipo nacional las últimas eliminatorias de cara al mundial del próximo año, lo tendría cerca por dos semanas y no lo iba a desaprovechar. Para el Liverpool, que sus estrellas dejaran la ciudad para irse a jugar con sus países significaba correr un alto riesgo de lesiones que, en definitiva, no vendrían bien a estas alturas de la temporada.

El seleccionador español había lanzado esta mañana la convocatoria oficial, y ver su nombre entre los 29 seleccionados fue como si me devolvieran el alma al cuerpo.

Estaba emocionada porque serían nuestros primeros días como algo más en España, pero medio desanimada con la idea de esperar mucho para eso. Casi dos semanas que se anticipaban como largas, pesadas, agobiantes.

Dos semanas en las que, además, me movería de país en país para cumplir mis últimos compromisos antes de mi gran concierto con la orquesta sinfónica en Barcelona. Viena, Moscú, Lucerna, Bruselas, Marcella, Venecia, Madrid. Podría aprovechar los ratos libres visitando y haciendo fotos lindas, tal cual me recomendó Katia hacía un par de horas. Quizá con ello la sensación de vacío anidada en mi pecho merme un poco.

El avión aterriza en el aeropuerto de Viena a las siete de la noche, y entre revisiones de rutina llego a la sala de conferencias del teatro con el tiempo justo. Apenada, les pido a los entrevistadores cinco minutos para acomodarme el cabello y retocarme el maquillaje.

Mientras lo hago se me es inevitable recordar aquella sesión de fotos en la que lo conocí, su carcajada áspera al escuchar mi escusa y cómo, luego de haberme denigrado de todas las maneras posibles, pasó a intentar coquetear conmigo. Desde entonces, pese al corto tiempo que había transcurrido, muchas cosas habían cambiado.

Ya no odiaba al fútbol tanto como lo hacía cuando ingresé al estudio. Es más, ahora me considero fanática en potencia del Liverpool. Específicamente, de Alexander madrigal.

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