Prólogo

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La línea catorce del metro es un microcosmos de la vorágine urbana. Cada día, miles de pasajeros atraviesan sus estaciones, sumergiéndose en el bullicio y la energía incesante que caracterizan a esta línea crucial en la red de transporte de la ciudad.
Desde la hora pico de la mañana hasta las horas punta de la tarde, se convierte en el epicentro de un frenesí constante de choques y tropezones descuidados. Los pasajeros se agrupan en los andenes, ansiosos por la llegada del transporte que se desliza hacia ellos con un desagradable chirrido y el movimiento característico de las vías.
El murmullo de voces, el zapateo apresurado de los pies y el agobiante tintineo de los anuncios de las próximas llegadas y salidas se combinan en una sinfonía caótica que llena el espacio mientras en el interior del metro, el tumulto continúa a medida que cada individuo intenta, contra viento y marea, asegurarse un lugar o un asidero en un mar de cuerpos circulando.
El sonido de las conversaciones, el zumbido de los auriculares, el roce de los periódicos y el pitido ocasional de los dispositivos electrónicos se suman al constante traqueteo del subterráneo en movimiento, creando una melodía implacable que acompaña el viaje de cada transeúnte.
Cada parada es una oportunidad para que algunos entren y otros salgan atropelladamente, mientras el vaivén de la multitud sigue su propio ritmo. El ruido de las puertas abriéndose y cerrándose, el retumbar amortiguado del continuo flujo, el murmullo constante de la voz en off que anuncia las estaciones, todo esto contribuye a la atmosfera desorganizada y, a la vez, fascinante de aquella reducida zona.
Desde temprano por la mañana, el bullicio y la prisa persisten. Muchas personas pasan con la diligencia que solo puede traer la costumbre, mientras otras intentan encontrar torpemente su camino entre las aglomeraciones.
En este desordenado panorama un hombre en particular enfrenta la algarabía y el agobio de la estación. Para él, el ruido, los empujones y la falta de espacio son una desagradable parte de su día a día.
A pesar de sus esfuerzos por encontrar un rincón tranquilo, siempre se ve rodeado de personas que conversan animadamente, escuchan música a todo volumen o simplemente ocupan más espacio del que deberían. A menudo, siente que el estruendo a su alrededor lo perturba incluso más allá de su tranquilidad interior. Sin embargo, siempre estará orgulloso de decir que ha aprendido a lidiar con la situación buscando formas de desconectarse del bullicio, quizás sumergiéndose en su móvil, en sus informes o en sus propios pensamientos. Aún cuando se hunde en la más profunda incomodidad, sigue tomando aquel trayecto en su viaje diario, enfrentando el alboroto con entereza, sintiéndose como un auténtico superviviente del ajetreo de cada día.
Sabe perfectamente que nunca podrá evitar odiar cada mañana rodeado del vorágine matutino en la estación. Sin embargo, hay una sola cosa que logra desmoronar por completo su imperturbable paciencia.

Más allá de cualquier tumulto, Jack Conway detesta al músico de la línea catorce.









El músico de la línea catorce - TonwayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora