El día era claro, el cielo estaba completamente despejado y el sol alumbraba con fuerza; aunque no hacía calor. El invierno todavía no se terminaba, y si dependiera de Adrien, no lo haría nunca. Él detestaba el calor, sobre todo el verano, siempre lo había odiado. Para él las únicas estaciones que deberían existir eran el invierno y la primavera. Pero a la naturaleza le importaba una mierda lo que pensara, eso se lo había demostrado ya en diversas ocasiones. Como ahora.
La luz del sol le daba de lleno en la cara y no lo dejaba seguir durmiendo. Se revolvió incómodo y molesto en la cama, enredándose con las sábanas, hasta que no lo aguantó más y se levantó. O eso pretendía, porque las telas lo envolvían con fuerza, impidiéndole levantarse. Por lo que al intentar desenredarse cayó de bruces al suelo, arrastrando todo el cubrecamas que lo catapultó contra el piso.
- ¡¿Pero qué mierda es esto?! -gritó exasperado. Estaba harto de despertar así los fines de semana, los únicos días que podía decir le pertenecían.
Con rudeza se quitó las mantas y las tiró sobre la cama, mientras contemplaba molesto las cortinas corridas de su habitación. Su madre seguía despertándolo de esa forma, arrebatándole sus preciados momentos de paz, alejándolo de los brazos de Morfeo. Porque eso era un fin de semana perfecto: dormir hasta hartarse. Se revolvió la negra cabellera y salió de su habitación rumbo al baño, que ya estaba ocupado por su hermano mayor, Pascal.
- Maldito seas -murmuró en la puerta, y se alejó refunfuñando, arrastrando sus pies descalzos.
- ¿Alguien dijo algo? -preguntó intrigado Pascal desde el baño, para volver a leer la revista mientras hacía sus necesidades, lo que bien podría tomarle una hora (por la lectura).
Se acercó con rapidez a la cocina y abrió con desesperación el refrigerador, buscando con la mirada la mermelada de frambuesa que habían comprado ayer. Con alegría y baba en la boca -la que rápidamente limpió- se preparó una tostada con mermelada y chocolate caliente. Se arregló el holgado pantalón de pijama gris y se dirigió al sofá, donde se acomodó para desayunar mientras veía la tele.
- Adrien, mamá ya te ha dicho que no comas en el sofá -lo regañó su pequeña hermana que acababa de entrar en la sala.
- Marceline, mamá no está aquí, y tú no le dirás nada si no quieres que se entere de lo que haces, o mejor dicho, NO haces en el colegio -le respondió victorioso él, dándole un mordisco a su pan.
Ella infló los cachetes, disgustada, y se giró indignada para ir a su habitación. Tenía el cabello liso, largo y negro, la piel blanquísima y los ojos castaños. Era apenas una adolescente de 13 años, y ya era toda una reina del drama.
Adrien resopló para apartar el mal momento y volvió a concentrarse en la televisión, mientras engullía el chocolate caliente. Miró la hora y ya eran cerca de las tres de la tarde. Pronto los chicos tendrían un partido de fútbol, tal vez alcanzaba a unírseles.
Se levantó de un salto y dejó la taza sobre la mesa, para después salir corriendo al baño. Se detuvo junto a la puerta y comenzó a golpearla frenéticamente.
- ¡Pascal, sal del baño!, ¡quiero ir a jugar con los chiquillos!-le gritó a su hermano.
El aludido levantó la vista de la revista y miró a la nada, sorprendido. Otra vez Adrien lo interrumpía cuando estaba ocupando el baño. Cerró la revista y la dejó sobre el lavamanos, tiró la cadena, se limpió, se lavó y secó las manos, y antes de salir se miró en el espejo. Estaba algo despeinado, así que se arregló un poco su rubia y rizada cabellera, y se acomodó los lentes. Le sonrío a su reflejo y dejó el lavado. Al salir se encontró con su pequeño hermano cruzado de brazos y con una toalla al hombro.
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¡Date prisa y enamórate de mí! [PAUSADA]
RomanceAdrien es un chico común y corriente, amante del básquetbol y las mermeladas. Jamás se ha enamorado, y no es que tenga algo en contra del amor, simplemente no le ha llegado. Pero pronto reaparecerá en su vida un adorable chico dispuesto a ganarse su...