El curso terminó, las vacaciones de verano también lo hicieron sin apenas nada reseñable que contar, salvo que Anne y Anthony empezaron una relación sin mucho futuro, ya que el carácter de ambos era demasiado fuerte como para ceder en la más mínima cuestión. Las peleas eran continuas y por cualquier motivo, desde a qué hora hasta dónde tomar un helado. Aquello no tenía futuro, todo el mundo lo sabía.
Empezó un nuevo curso escolar con el mismo entusiasmo con el que terminó el anterior: los mismos compañeros, las mismas aulas, los mismos libros, aunque con un número superior y los mismos profesores, salvo alguna nueva incorporación de última hora. En definitiva, se presentaba un curso igual de anodino que todos los anteriores o eso pensaba yo.
Después de la excursión al lago me distancié bastante del grupo. Y no sólo porque toda mi familia se fuese a pasar el verano a Florida, como hacíamos habitualmente, sino porque a mi regreso comprobé que la pandilla se había desintegrado. Helen salía con un chico nuevo, cinco años mayor que ella, nunca le gustó estar mucho tiempo sin una pareja, Ron creo que se llamaba. Anne se había buscado nuevas amigas, un poco "pijas" para mi gusto, aunque no me quedó más remedio que unirme a ellas. Y los chicos, aunque parecían más unidos que nunca tenían continuas discusiones y peleas por las cosas más insignificantes.
Todo aquello me hizo replantearme el concepto de amistad y dudar de la lealtad de muchos de ellos, sobre todo de Helen. Ella sabía muchísimas cosas sobre mí, de mi intimidad, algunas realmente vergonzosas, si se iba de la lengua su nuevo grupo de amigas no dudaría en contárselas a todo el instituto. Aquello sería un absoluto desastre.
Los primeros días de clase transcurrieron como de costumbre: presentación de las asignaturas y los profesores, repetición de las normas dentro y fuera del aula, retomar el contacto con los compañeros después del verano, cotilleos sobre amoríos y rupturas durante el verano, alguna historia sobrenatural, algún viaje al extranjero, etc. Estas dos últimas eran las que más me atraían.La historia sobrenatural le había ocurrido a Josh, y como siempre trataba de extraterrestres.
- ¿Pero Josh, de verdad viste un platillo volante en el campo de tu tío Joshua? –le preguntó Michael con sorna.
- No fue en el campo de mi tío, fue en el mirador de Kings River justo al atardecer. Mi hermana pequeña y yo nos alejamos del camping y lo vimos pasar volando muy bajo, casi rozaba la copa de los árboles.
- ¿Y cómo era? –preguntó Peter, que creía a pies juntillas todas las historias de extraterrestres que se contaban en el pueblo. Incluso él había asegurado años atrás que había visto a un extraterrestre descender de su nave espacial, pasear por la calle principal de nuestro pueblo y luego ascender a su nave elevándose en un haz de luz.
- Tenía la forma de un platillo y era tan fino que costaba distinguirlo. En algunas ocasiones parecía volverse invisible y luego aparecía de nuevo. Dio un par de vueltas por la zona, como si estuviese buscando algo y de pronto se elevó como un rayo.
- ¿Y tu hermana también lo vio? –le pregunté curiosa.
- Ella es una niña tonta y mal criada, no se da cuenta de nada, estaba más pendiente de coger flores para mi madre que del platillo.
- ¡Vaya! –sentenció Anthony –entonces tú eres el único que lo vio.
- Sí, pero...
Ya no pudo continuar, la atención se había trasladado a Michael que comenzaba el relato de su viaje a Barcelona.
-¡Qué pasada! –exclamé cuando escuché el nombre de Barcelona –me encanta esa ciudad, ojalá pueda ir algún día ¿pero está muy lejos, no? ¿cuánto duró el viaje?
Las preguntas afloraban en mi boca y a la de los demás como balas de una metralleta, nos atropellábamos preguntando cosas de la ciudad, del idioma, de la comida...
- Sí, es un sitio espectacular –comenzó Michael su relato –allí hablan un idioma que se llama catalán, aunque también español, es un poco raro, porque en algunos sitios te hablaban en catalán y en otros en español. Menos mal que mi padre sabe algo de español de cuando estuvo trabajando en México y que a mí no se me da mal esa asignatura... así pudimos hacernos entender.
- ¿Cuánto tiempo estuvisteis? –preguntó Anne.
- Un par de semanas o por ahí, aunque en el viaje en avión echamos casi dos días. Salimos del aeropuerto Regional de Arkansas al JFK, el famoso aeropuerto de Nueva York, allí pasamos más de seis horas esperando a que saliera nuestro avión, un vuelo directo a Barcelona que duró más de ocho horas. Habíamos salido a las ocho de la mañana del lunes y llegamos casi a las seis del día siguiente.
Me enamoró de Barcelona su gente y su comida –continuó Michael con su relato, dando cada vez más detalles –allí tienen muchísimos tipos de panes y un aceite que le echan a casi todas las comidas, de oliva se llama, que le da un sabor riquísimo. Probé la paella, una infinidad de pescados, a la plancha y fritos, y el gazpacho ¡vaya cosa rica! Si pusiesen aquí un restaurante de comida española se forraría.
Además la gente es muy amable y simpática, siempre intentan ayudarte en todo lo que puedan o buscan a alguien para hacerlo...
- ¿Y las chicas? ¿cómo son las chicas? –le interrumpió Peter.
- ¡Ufff! Son guapísimas. La mujer española es un bellezón. De piel morena y ojos oscuros, que te desnuda solo con la mirada. Además, bailan de una manera que parece que estuviesen haciendo el amor. A mis padres esto les daba cierto pudor, nosotros no nos tocamos tanto, ni bailando ni casi nunca.
La conversación continuó con los detalles del recorrido por Barcelona, sus monumentos, sus playas, sus pueblos... hasta que el timbre que marcaba el final del recreo sonó y nos interrumpió.
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Demasiado joven para morir
Misterio / SuspensoEste relato pertenece a la colección Cuando éramos jóvenes y es la continuación de El extraño caso del hombre ahogado en el lago.