Capítulo XII. La huida

13 2 2
                                    


Todavía a día de hoy desconocemos las circunstancias exactas de la muerte de Helen, por qué la mataron, dónde y cómo la mataron o quién fue su asesino, ya que nuestras pesquisas y el hallazgo del supuesto diario precipitaron los acontecimientos. Las cosas sucedieron así.
Al día siguiente, Anne volvió al instituto como si no hubiese pasado nada, pero claro que pasaron cosas. La primera fue que nada más entrar por la puerta del instituto la llamó a su despacho el jefe de estudios, el señor Mc. Millan; como yo iba con ella, también me dijo que la acompañara. Nos invitó amablemente a que nos sentáramos en un par de sillones que desprendían un olor a rancio y a moho que echaba para atrás. Sin muchos rodeos y un tanto brusca nos preguntó por el diario.
- ¿Dónde está el diario de Helen?
Silencio y mirada cómplice entre Anne y yo.
- ¿De quién habla allí?
De nuevo silencio, pero en esta ocasión un sudor frío empezó a recorrer todo mi cuerpo. Anne estamos jodidas, pensé.
- ¿Se lo has entregado a la policía?
Esta pregunta ya era definitiva, y lo peor de todo era que no teníamos preparada una respuesta.
- Señor Mc. Millan, déjeme que le explique... -comenzó Anne.
La explicación duró casi una hora, cuando sonó el timbre para el intercambio de clase, el jefe de estudios, con las manos entrelazadas, nos despidió con una mirada tan incrédula como desafiante, para terminar con un lacónico: espero que tengáis suerte contándoselo a la policía. Porque tras la cristalera de su despacho nos esperaban el jefe de policía y su ayudante, que habían acudido al centro al enterarse de la aparición de un diario de la recientemente asesinada Helen Monroe.
Con ellos estuvimos más de dos horas, y tuvimos que ser más detallistas y escrupulosas en el relato de los hechos, había que contarles nuestro plan con el diario, todas las personas que estaban involucradas, nuestras sospechas, etc., muchas cosas no les cuadraban y no entendían cómo habíamos llegado a aquella conclusión. Por último, les dijimos que sospechábamos del profesor de Literatura, Robert de Sanctis y todas las evidencias que teníamos en su contra.
Tras acusarnos de obstrucción a la justicia, amenazarnos con informar a nuestros padres y echarnos una regañina bastante infantil se fueron. Nuestra sensación fue que no harían nada, pero cuando salíamos del despacho del jefe de estudios los vimos hablando con Mc. Millan y pudimos escuchar las palabras: hoy no ha venido. Aquello, dibujó en nuestras caras una leve sonrisa, tal vez, habíamos dado con el asesino.

Y así fue, al día siguiente tampoco vino, y descubrimos que Robert de Sanctis no existía, era una identidad falsa, ni al siguiente, en el que también nos enteramos de que su ficha policial rondaba por las comisarías de varios condados, ni al otro,...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Y así fue, al día siguiente tampoco vino, y descubrimos que Robert de Sanctis no existía, era una identidad falsa, ni al siguiente, en el que también nos enteramos de que su ficha policial rondaba por las comisarías de varios condados, ni al otro, en el que se reveló el secreto de un asesino en serie, y desde ese día su rastro se perdió en la inmensidad de los Estados Unidos.

Demasiado joven para morir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora