Aquella mañana el FBI vino al centro y se llevó a Rachel, la chica del último curso con la que se juntaba últimamente, y que mencioné en mi interrogatorio. Aquello provocó un enorme alboroto en todo el instituto e hizo que se suspendieran las clases, así que aprovechamos para irnos al Sam y charlar de nuestras cosas, aunque últimamente nuestras charlas siempre giraban sobre el mismo tema: el asesinato de Helen.
- Esa Rachel es una víbora –comenzó Peter.
- ¡Pero si tú no la conoces! –le espetó Anne.
- Sí la conozco, algunas veces me da una calada de su porro –siguió Peter jactándose y mirándonos con cierto aire de superioridad.
- Ya, claro ¿cuándo hablaste con ella por última vez? –intervine.
- ¿Acaso eres poli? –me dijo haciéndose el chistoso.
En ese momento llegaron Anthony y Michael, que se habían entretenido comentando el último partido de fútbol con algunos compañeros de la clase.
- ¿Tú conocías a Rachel? –le preguntó Anne a Anthony.
Al principio él se quedó sorprendido por aquella pregunta, pero reaccionó inmediatamente diciéndole que había charlado alguna vez con ella en las gradas del campo de fútbol, nada más.
- ¿También te daba caladas de porro? –Anne no pudo ocultar en esa pregunta una mezcla de maldad y celos.
- ¿Quién te ha dicho eso? –le devolvió la pregunta Anthony sorprendido.
- Peter dice que fumaba con ella y he supuesto que tú también lo hacías.
- Yo hace mucho tiempo que dejé de fumar –le respondió un poco indignado, aunque aquella respuesta revelaba más sorpresa que enfado. Los deportistas de élite deben seguir una vida saludable –concluyó con una leve sonrisa.
- Ya, a otro perro con ese hueso –dijo Anne relajando el ambiente.
La conversación volvió a centrarse en las circunstancias de la muerte de Helen, y fue en ese momento en el que descubrimos lo que sabían Anthony y Michael.
La mañana en que apareció el cuerpo de Helen ellos habían llegado pronto al instituto porque habían pasado de esperar a Josh, que siempre llega tarde, y a Peter, ya que como era lunes habían dado por hecho que no iría al instituto. Frescos y despiertos como estaban aquella mañana habían decidido hacer una carrera al instituto y se habían plantado allí en tres minutos y medio, cuando lo normal es que echaran entre cinco y siete minutos. Extenuados y sedientos habían entrado en el hall del instituto para beber en la fuente, el conserje a las ocho abre la puerta principal y empieza a encender luces y abrir aulas, por lo que pudieron entrar sin problemas.
Tras beber y relajarse en el banco junto a la secretaría, Anthony se acordó de que el viernes el profesor de Gimnasia les había quitado el balón de fútbol y que si no lo recuperaban no podrían jugar en el recreo. Michael le dijo que probablemente el balón estaría en la sala de profesores y que sería imposible recuperarlo, pero Anthony con su optimismo acostumbrado y su temeridad indómita dijo la frase maldita:
- ¡No tienes huevos de entrar y cogerlo!
La carcajada la habría oído todo el instituto entero si a aquella hora hubiese habido alguien allí, pero como estaban solos, o casi solos, nadie se enteró.
- ¡Vamos! Yo la recuperaré –dijo Anthony convencido.
- No hagas gilipolleces, el conserje nos va a pillar –respondió Michael.
- ¡Calla y vigila!Nos encaminamos al ala este del instituto y vimos luz en la sala de profesores, aunque todavía no había llegado nadie, además el parking estaba vacío, los profesores suelen llegar cinco minutos antes de que suene el timbre de entrada, así que no había de qué preocuparse. Antho entró y rebuscó en la taquilla del profesor de Gimnasia y en la estantería de deportes pero no encontró nada. Era inútil, en el recreo tendríamos que conformarnos con sentarnos en la grada y ver a las chicas ensayando sus bailes.
Justo cuando salíamos de la sala de profesores vimos que William el conserje se dirigía directamente hacia nosotros, no teníamos escapatoria, pero corrimos con todas nuestras ganas hacia los baños del final del pasillo. ¡Maldición, están cerrados! –dije justo al tocar el picaporte. Sólo teníamos dos opciones, saltar por la ventana y caer en el huerto lleno de lodo y fango o entrar en el cuarto de las escobas que está justo enfrente de los baños.
El relato de Michael era vertiginoso, eléctrico, sus palabras nos tenían embobadas y ansiábamos conocer el desenlace.
Fui yo quien abrió la puerta del cuarto de las escobas –continuó Michael. Me deslicé en el interior oscuro y tiré de Antho hacia el interior. Nos apretamos junto a una de las estanterías donde están los productos de limpieza y esperamos a que William pasara de largo, pero no lo hizo. Escuchamos como abría la puerta del baño y comprobaba el cierre de la ventana, ya sólo le quedaba el cuarto de las escobas. Sentía el acelerado latido del corazón de Anthony casi más que el mío y como la oscuridad se iba haciendo un poco más clara. En algún momento, William abrió la puerta y aunque nos habíamos escondido tras ella sabía que estábamos allí.
Fue en el momento en el que encendió la luz cuando la vi, su cara amoratada, un hilo de sangre en su mejilla, aquellos intensos ojos azules anormalmente abiertos y sus rizos dorados aplastados sobre su frente. Mi grito agudo y seco terminó por descubrirnos y el vómito de Antho confirmó nuestro paradero. Lo siguiente lo recuerdo a fogonazos. Salimos despavoridos del cuarto de escobas, como si fuese un avispero, y nos tiramos en el pasillo temblando.
A Michael se le atropellaban las palabras y las emociones, sus ojos se volvieron vidriosos y su voz se fue entrecortando, así que Anthony tomó el relevo.Al principio William comenzó a gritarnos:
- ¿Pero qué habéis hecho, granujas? ¿Qué es esto? ¡joder!
Creo que él no era consciente de la gravedad del asunto, hasta uno segundos después en los que volvió a entrar en el cuarto de escobas y salió diciendo que estaba muerta. Comenzó a zarandearnos y a maldecirnos, a mí me agarró por un brazo y me puso contra la pared. Michael estaba hecho un ovillo en el suelo temblando y llorando. No era capaz de articular palabra. Yo me defendía como podía. Nosotros no habíamos hecho nada, nos la habíamos encontrado allí.
Los acontecimientos se fueron sucediendo de manera anormalmente rápida. Apareció la directora Barrymore, llamaron a una ambulancia, aunque sabían que estaba muerta; llamaron a la policía. También apareció por allí el jefe de estudios Mc Millan y los dos guardas que vigilan a la entrada. Mientras tanto Michael y yo nos acurrucábamos junto a la puerta del baño.
- Pero la autopsia ha revelado que la asesinaron entre las 6 y las 9 del día anterior, es decir, del domingo ¿qué hacía Helen allí? –pregunté sin tener claro si ellos sabrían responderme.
- Ya, ya... es algo muy raro ¿cómo podía estar en el instituto un domingo a esa hora? –continuó Anne.
- Todos sabemos que William se va a Little Rock el fin de semana para pasarlo con su familia y que vuelve el lunes a primera hora -intervino Michael. Por eso él no pudo matarla.
- Entonces, alguien que sabía esta circunstancia pudo hacerlo –concluí.
- Claro, pero es que eso lo sabe todo el pueblo –continuó Michael.
Pero lo verdaderamente importante es saber por qué alguien querría matar a Helen. Era una chica joven, alegre, espontánea, soñadora... aparentemente no tenía enemigos. Sí es cierto que era un poco veleta, unos días estaba contigo y al otro ni te miraba. Acaso podría ser este un motivo para asesinarla o los celos de Ron habían hecho que este perdiera los papeles y acabase con su vida.
Todo era muy confuso, todo conducía a un callejón sin salida de coartadas, celos, envidias y mentiras. Lo único cierto es que Helen estaba muerta y la policía no encontraba a su asesino.
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Demasiado joven para morir
Misterio / SuspensoEste relato pertenece a la colección Cuando éramos jóvenes y es la continuación de El extraño caso del hombre ahogado en el lago.