Capítulo II. ¿Pero qué pasa?

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Una mañana más, y ya iban muchas, Anne y yo nos dirigíamos al instituto soñolientas y todavía con algunas lagañas en los ojos después de toda una noche sin dormir por culpa de la amenaza de un posible tornado que finalmente se desvió hacia el Este en el valle de Oark. Además, con las primeras luces del día también se había esfumado la posibilidad de que suspendiesen las clases y pasar la mañana durmiendo.
Una suave llovizna nos acompañaba en nuestro paseo de aproximadamente cinco minutos hasta el instituto que se encontraba a las afueras del pueblo. Un desvencijado edificio lleno de goteras y desconchones que hacían aún más deprimente nuestra tarea de estudiar.
Todavía no había abierto la boca cuando una ambulancia pasó a toda velocidad emitiendo aquel ruido estridente que le es tan característico. Pero, no nos dio tiempo a abrir la boca cuando dos coches de policía pasaron aún más rápidos. En aquel momento nos miramos y casi a la vez dijimos.
- Corre, corre, van hacia el insti.
A nuestro alrededor todos los compañeros, desde los más grandes a los más pequeños, corrían hacia el instituto como si les fuese la vida en ello.

A nuestro alrededor todos los compañeros, desde los más grandes a los más pequeños, corrían hacia el instituto como si les fuese la vida en ello

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Fuimos de las primeras en llegar, pero la policía ya colocaba la cinta amarilla en la entrada del patio y no pudimos acercarnos más. Buscamos a los chicos con la mirada, pero no los encontramos.
- ¿Qué habrá pasado? –preguntó Anne mirando hacia todos lados buscando algún adulto que le respondiera.
Algunos profesores aparcaban sus coches y observaban igual de sorprendidos que nosotros la escena.
No podía haber sido un tiroteo porque a esas horas no habría nadie o casi nadie en el centro. Además, habríamos oído los disparos. Nuestro pueblo era un pueblo tranquilo y pacífico, aunque algunos vecinos tenían armas en sus casas nadie hacía uso de ellas salvo para cazar.
En poco menos de media hora, aquello se llenó de coches de policías y de ambulancias, aunque nadie salía del interior de edificio.
En uno de los momentos en los que paseaba la mirada por las ventanas del edificio, el campo de fútbol y las pistas de atletismo, me percaté de que en el parking de bicicletas estaban las de Anthony y Michael, que por el hecho de vivir en la otra punta del pueblo casi siempre venían en bici o moto.
- ¡Oye Anne! Fíjate, allí están las bicis de Antho y Michael –le dije llamando su atención y tirándole levemente del brazo.
- Es verdad, son esas.
- ¿Crees que puede haberles pasado algo? –le pregunté intrigada y porque sabía que ella
mantenía una relación con Anthony.
Su rostro se nubló y su mirada se hizo turbia y lejana; parecía como si en aquel instante hubiese recordado algo que le producía una enorme tristeza. Tardó bastante en contestarme.
- No creo, ellos saben cuidarse solitos –me respondió intentando mostrarse segura y
confiada.
En el fondo ella sabía que no eran más que unos críos y que era muy probable que se hubiesen metido en un lío.
La llegada de Peter y Josh nos pilló desprevenidas. Aparecieron por nuestra espalda con un aire tranquilo y confiado que resultaba bastante sospechoso.
- ¿Qué pasa aquí? –preguntó Peter.
Como casi siempre desprendía un olor a marihuana que resultaba bastante desagradable.
- No lo sabemos –se adelantó Anne a responderle –ha pasado algo en el insti y no sabemos nada ¿habéis visto a Antho y Michael?
- No, hoy no estaban en la parada como otras mañanas, deben haberse cansado de esperarnos –respondió Josh.
- ¡Qué raro! Sus bicicletas están aquí ¿habrán conseguido entrar?
- No lo creo –respondí rápidamente –llevamos aquí más de diez minutos y no ha entrado
ni salido nadie.
En aquel momento apareció en la puerta la directora, la señora Barrymore, con un megáfono.
- ¡Alumnos y alumnas del Instituto Forum! Pueden irse a casa, hoy no habrá clases. Una
tragedia ha ocurrido en nuestro centro. Ya se les informará cuándo se reanudarán las
clases.
Su voz grave y entrecortada reflejaba la magnitud del acontecimiento, su rostro ya bastante arrugado por la edad y los sinsabores de la vida mostraba auténtico pánico y terror, aunque nosotros todavía no sabíamos nada, ya intuíamos que algo muy grave había ocurrido.
Al principio un grito de júbilo inundó el patio, pero la mirada gélida y reprobadora de la directora lo aplacó. Todos nos giramos y nos marchamos en dirección a casa.

Demasiado joven para morir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora