Capítulo III. En la cafetería de Sam

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Obviamente no íbamos a desaprovechar el día libre para encerrarnos en casa y ponernos a hacer tareas, que es lo que me tocaría a mí si volvía a casa tan pronto. Aunque mi madre seguro que no tardaría mucho en enterarse de lo ocurrido y buscarme por todo el pueblo como una desquiciada.
Así que nos dirigimos a la cafetería de Sam. Con su terraza rodeada de abedules y sus mesas de madera era el lugar perfecto para pasar la mañana, aunque nos intrigaba tanto lo ocurrido en el instituto que no podíamos hablar de otra cosa.

 Con su terraza rodeada de abedules y sus mesas de madera era el lugar perfecto para pasar la mañana, aunque nos intrigaba tanto lo ocurrido en el instituto que no podíamos hablar de otra cosa

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- Todo es tan extraño –comenzó Anne –tantos coches de policía y ambulancias en tan poco tiempo. Todo ha sido tan rápido... por unos minutos no hemos visto lo ocurrido.
- Puede que a la mujer del conserje le haya dado un infarto –intervino con bastante claridad Josh.
- Es posible... pero ¿habría venido la policía para eso? –continuó Anne.
- Bueno... -Josh se quedó pensativo durante unos instantes –... también puede haberla matado el conserje. Me consta que tiene muy malas pulgas. A Peter y a mí nos echó del gimnasio hace una semana por bebernos unas cervezas en la grada ¿te acuerdas Pet?
- Sí, es un auténtico capullo.
- Tiene que haber sido algo muy gordo para que haya acudido tanta gente en tan poco tiempo ¿no creéis? –intervine intentando reconducir la conversación. En ese momento vimos como algunos profesores también acudían a la cafetería de Sam para desayunar. Allí estaban el sr. Pinker de Matemáticas, la srta. Mac Allister de Música, el sr. Clifford de Filosofía y aquel profesor nuevo de Literatura que había llegado a comienzo de curso, Robert, se llamaba, a las tres nos tenía embelesadas.
Ellos también parecían perdidos y asustados ante aquella situación inesperada. No sé por qué no se habían ido a sus casas; a lo mejor la policía o la directora Barrymore les había dicho que se quedaran por los alrededores. Lo cierto es que nos miraron con benevolencia y se internaron en la cafetería.
- ¿Habéis visto sus caras? –dijo Anne –están cagados de miedo. Seguro que saben algo. Rose, por qué no le preguntas a la srta. Mac Allister qué ha pasado, a ti seguro que te lo cuenta, eres su ojito derecho.
La srta. Mac Allister y yo teníamos una buena relación porque era muy amiga de mi padre, con el que cantaba en el coro de la parroquia, y en muchas ocasiones coincidíamos en las fiestas y comidas que organizaban, pero mi timidez me impedía casi saludarla.
- ¡Ni de coña! –exclamé –no creo que sea el momento, y además me moriría de vergüenza.
- ¡Venga Rose! –insistió Anne –tenemos que saber lo que ha pasado. Además, todavía no sabemos nada de Anthony y Michael.
Como me temía, el coche de mi madre llegó a la cafetería de Sam a los pocos minutos y tuve que abandonar el grupo. Me tocó tragarme una regañina por no volver a casa inmediatamente, aunque lo bueno fue que descubrí qué había pasado: Helen estaba muerta.

Demasiado joven para morir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora