Los arbustos, que dividían el jardín de la histórica mansión, no fueron podados adecuadamente y crecieron de forma arbitraria hasta cubrirlo todo.
En cada rincón, no tocado por la mano humana, innumerables telas de araña estaban enredadas con cadáveres de insectos voladores. Rosas con espinas afiladas dejaron caer sus pétalos por la lluvia que caía durante las noches y las coloridas hojas que habían llegado al suelo, comenzaban a pudrirse hasta que se pintaron de negro por los bordes. Pequeños capullos florecían en los lugares afectados por el agua, los insectos se arrastraban diligentemente sobre la arena esponjosa y rosas, incluso más grandes que antes, crecieron en un jardín que para ese momento no era de nadie. Los pájaros venían, las abejas tomaban su miel y la mansión que ya no tenía familia, se llenó de árboles que crecieron desordenadamente, atravesaron el techo y se apilaron alrededor de una puerta que estaba cerrada con llave y con candados. El lugar soportaba tranquilamente el polvo y la mugre, la gente pasando y observando, sin que nadie lograra saber qué fue exactamente lo que pasó con ellos desde hasta tanto tiempo.
Y no obstante, algún día, en un futuro muy lejano, se olvidaría el secreto de un asesinato y de unos niños que habían crecido de una relación de abuso. Y alguien, que había heredado la sangre del conde caído y del vizconde que enloqueció, regresaría con la llave oxidada para hacer que una nueva vida floreciera entre las exuberantes enredaderas de rosas. Caminaría por la tierra que se desmoronaba y entraría a la cabaña que alguna vez, fue testigo del amor, del odio...
Y también de la muerte.
FIN
Final de la saga "En el jardín de las rosas"