Capítulo Dos

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La palma de la mano de Minseo sudaba contra la mía, dentro de la tela sagrada que las envolvía de manera incómoda, estábamos atados por los deseos de nuestros padres, sin conocernos, sin tener sentimientos el uno por el otro. Todo por el bien del reino.

Miré de reojo a la muchacha, delgada y de cabello largo y negro, que en un comienzo iba a casarse con mi hermano, parecia temerosa y aburrida.

¿Cómo no iba a estarlo?

Llevábamos media hora quizás, arrodillados, escuchando las plegarias del monje sobre la buena fortuna, salud y amor, y una sarta de cosas que ya eran repetitivas.

Iba a hacerme monje, renunciando a tener esposa e hijos sin pensarlo dos veces, sin embargo aquí estaba.

Sonreí evitando que una risa se me escapará. Lo más cerca que esperaba estar del romanticismo, era luego de dar mi prueba y tuviera que besar la mejilla de la Anciana. Ahora debía compartir mi vida con una chica a quien apenas conocía y por la que no sentía nada.

Luego que el monje terminara de hablar, la Anciana se nos acercó, levantó su báculo y proclamó:

- ¡Están comprometidos!

Ya estaba hecho. Nadie nos pidió nuestra opinión. Al parecer no era importante.

Las personas que se encontraban aquí aplaudieron en señal de satisfacción. Los invitados eran hombres de grandes familias que portaban sus espadas con empuñaduras de oro o plata, según el rango al cual pertenecían, sus esposas llevaban la llave de su casa colgada al cuello como si se tratase de la joya más brillante del lugar.

- Muy bien hecho. - dijo Seokjin, que al parecer era el único alegre con esta situación.

Suspiré pesadamente.

Los invitados fueron saliendo uno a uno del Gran Salón, la Anciana cerró las puertas tras nosotros, dejando a Minseo y a mí sumidos en un incómodo silencio.

Me aclaré la garganta antes de hablar. - Lo siento. - pronuncié, llamando su atención.

- ¿Qué es lo que siente? - y luego como si acabara de recordarlo, agregó - Mi rey.

- Que mi familia te exponga como si fueras un trofeo. - dije.

Sonrió amargamente.

- Soy yo quien debería sentirlo, ¿me imaginas de reina?

- ¿Me imaginas de rey?

- Ya eres rey.

Parpadeé al oírlo. Me había obsesionado tanto con mis defectos que ni se me había ocurrido que ella pudiera obsesionarse por los propios. La idea, como a veces puede ocurrir con la desgracia ajena, sirvió para animarme un poco.

- Y tú te encargas de la casa de tu padre. - Miré la llave dorada que llevaba colgada en el pecho. - No es poca cosa.

- Es nada comparado a lo que hace la reina, quien se encarga de los asuntos del reino entero. Soyoon, la Reina Dorada. - levantó sus manos haciendo énfasis en lo que decía. - Todos hablan de ella. Dicen que su palabra vale más que el oro, porque el oro puede depreciarse pero su palabra no. - Minseo hablaba cada vez más rápido - Incluso dicen que pone huevos de plata.

No pude evitar soltar una risa - Estoy bastante seguro que eso último es mentira.

- Sí - rió un poco al mismo tiempo que enrojecía. - no creo poder lograr lo que ella ha hecho.

- Siempre hay una manera. - Tomé sus manos antes que pudiera llevarlas a su boca para morder sus uñas. - Mi madre te ayudará, al fin y al cabo es tu tía.

The King (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora