Capítulo Seis

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Pasé los días acuclillado en la apestosa oscuridad, tocándome la piel, ya quemada por el roce del collar de hierro, sudando de día y temblando de noche, oyendo quejidos, gimoteos y plegarias sin respuesta en una docena de idiomas, todos procedentes de las roncas gargantas de los desechos humanos que tenía alrededor. Mi propia garganta era la más ruidosa.

La mejor mercancía estaba limpia y bien alimentada en la parte de arriba, para exhibirla en la calle con sus bruñidos collares de esclavo y que atrajeran clientes. Al fondo de la tienda, los menos fuertes, hábiles o agraciados estaban encadenados a raíles y, a base de azotes, habían aprendido a sonreír a posibles compradores. Y aquí abajo, en la oscuridad y la inmundicia, estaban almacenados los viejos, enfermos y tullidos, que se peleaban por las sobras como cerdos.

En el floreciente mercado de esclavos ubicado cerca del Río Taehwa, todo el mundo tenía un precio y nadie desperdiciaba dinero en quienes no reportarían provecho. Era un simple cálculo de coste y beneficio, despojado de sentimientos. En aquel lugar uno aprendía lo que valía de verdad.

Aquí aprendí lo que sospechaba desde hacía tiempo.

Apenas valía nada.

Al principio tenía la mente llena de planes, estrategias y fantasías de venganza.

Me recriminé un millón de ocasiones en que pude haber actuado de otro modo, pero en ese momento estaba sin opciones.

- Gritar que soy el rey legítimo de Daegu, ¿quien iba a creerme? - pensé - ni yo mismo lo creo. Si los convenciera, solo conseguiría que me utilizaran para conseguir un rescate, para llevarme a manos de ese traidor.

Por eso, estaba agachado en esta inmundicia insoportable, y por eso me asombré de lo mucho a que podía llegar a acostumbrarse un hombre.

El segundo día ya apenas notaba el hedor.

El tercer día me junté sin reparos con mis compañeros dejados de la mano de los dioses, para darme calor en la noche fría.

El cuarto día ya rebuscaba entre la porquería con la misma ansia que los demás, a la hora en que vaciaban el cubo de las sobras.

El quinto día apenas podía recordar las caras que mejor conocía. Se mezclaban mi madre y la Anciana, veía iguales a mi tío traidor y a mi padre muerto, ya no podía distinguir a Felix de Hyung Woo, y Minseo, ella se desdibujó como un fantasma.

Curioso, el poco tiempo que hacía falta para convertir a un rey en animal. O a medio rey en medio animal.

Al poco tiempo del amanecer en el séptimo día que llevaba en aquel infierno creado por el hombre, escuché una voz que llegaba de fuera.

- Buscamos hombres que sirvan para remeros - dijo, grave y firme. Era la voz de un hombre acostumbrado a hablar claro y a negociar sin matices.

- Nueve pares de manos. - La segunda voz era más suave, más sutil. - La enfermedad de la leche ha dejado puestos vacantes en nuestros bancos.

- ¡Por supuesto, amigos míos! - Esa era la voz del dueño del comercio, ahora también mi dueño, escurridiza y pegajosa como la miel tibia.

- ¡Contemplen a Wonho el grande, un campeón de su pueblo capturado en batalla! ¡Fíjense en su altura! Miren qué hombros. Podría bastarse solo para mover su barco. No encontrarán mercancía de más calidad en...

Un burlón por parte del primer cliente se escuchó.

- Si buscáramos calidad, estaríamos en la otra punta de la calle.

- No se engrasa un eje con el mejor aceite. - añadió la segunda voz.

Se escucharon pasos en las alturas, polvo cayendo y sombras moviéndose en las rendijas de luz que dejaban pasar los tablones que había encima mío. Los esclavos que tenía alrededor respiraron más flojo para poder oír bien, tensos.

The King (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora