Capítulo Siete

32 7 0
                                    

No tardé en desear haberme quedado en el sótano del tratante de carne.

- ¡Remen!

Las botas de Manshik marcaban un ritmo inmisericorde al ir y volver por la cubierta, con el látigo enrollado en sus puños carnosos y su mirada recorriendo los bancos en busca de un esclavo que necesitará un poco de ánimo en la espalda. Su voz retumbaba con despiadada regularidad.

- ¡Remen!

Comparado con Manshik, el maestro Jackson había sido una afable niñera en mis recuerdos.

El látigo era su primera respuesta a cualquier problema, pero cuando aplicarlo no hizo que yo siguiera el ritmo de los demás, ató mis muñecas al remo con unas correas apretadas que me hacían rozaduras.

- ¡Remen!

Con cada tirón imposible de aquel terrible remo, me ardían más los brazos, los hombros, la espalda. Aunque las pieles del banco estaban desgastadas hasta tener la suavidad de la seda y los asideros pulidos hasta casi brillar por sus predecesores, con cada impulso se me pelaba más el culo y se me ampollaban más las manos. Con cada golpe de remo, los cortes del látigo, los cardenales de las punteras de la bota y las quemaduras del cuello, que tardaban en curarse en torno a la argolla de cruda forja, me picaban más por la sal del mar y el sudor.

- ¡Remen!

El suplicio rebasó con creces todo límite que me hubiera podido imaginar, pero eran asombrosos los esfuerzos que un látigo en manos hábiles podía estrujar de un hombre. Al cabo de poco tiempo, oír un restallido en otra parte del barco, o incluso el roce de las botas de Manshik acercarse por la pasarela, me hacia encoger, gemir y tirar del remo con una pizca más de fuerza mientras la saliva se me escapaba entre mis dientes apretados.

- Este chico no durará - gruñó Seojoon.

- Una brazada cada vez - dijo Wooshik con voz suave. Sus propias brazadas tenían una fuerza, una fluidez y un ritmo inagotables, como si estuviera hecho de madera y hierro.

- Respira despacio. Respira con el remo. Una cada vez.

Yo no habría sabido explicar por qué, pero ese era un buen consejo.

- ¡Remen!

Y los escálamos retumbaban y las cadenas repiqueteaban, las sogas chirriaban y los maderos crujían, los remeros se quejaban, maldecían, rezaban o guardaban un silencio adusto y el Tempestad avanzaba palmo a palmo.

- Una brazada cada vez. - La voz tranquila de Wooshik era un hilo que seguir en aquella niebla de miseria.

- Una cada vez.

No sabía qué tortura era la peor, si los latigazos, las raspaduras, el dolor en todos los músculos, el hambre, el tiempo, el frío o la porquería. Y sin embargo, el inacabable fregar del limpiador sin nombre, cubierta arriba y cubierta abajo y cubierta arriba otra vez, con su pelo lacio meneándose, las cicatrices de su espalda a la vista entre los harapos y sus labios temblorosos, me recordaban que podría estar peor.

Siempre se podía estar peor.

- ¡Remen!

A veces los dioses se apiadaban de sus desgracias y enviaban un soplo de viento favorable.

Entonces Hwasa nos dedicaba su sonrisa de oro y, con las formas de una madre sufridora pero que al final acaba consintiendo los caprichos de su desagradecida progenie, ordenaba que acorullaran los remos y que desplegaran las toscas velas de lana con bordes de cuero, antes de lamentar con frivolidad que la compasión fuese su mayor debilidad.

Entonces yo, entre lágrimas de gratitud, me reclinaba contra el remo inmóvil de los hombres de detrás, miraba la vela hincharse y chascar por encima de mi cabeza, y aspiraba el hedor íntimo de más de cien hombres sudorosos, desesperados y doloridos.

The King (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora