Capítulo Veintiséis

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Mi vista deambuló de Jungkook, quien ya me miraba ceñudo y con la lengua presionada en su mejilla, a Wooshik quien tenía reflejaba la culpa en la cara y una herida en la comisura de la boca. Por supuesto que Jungkook no iba a permitir que lo llevarán contra su voluntad, y estaba furioso porque lo intenté.

- Te dije que no sería fácil convencerlo. - murmuró Wooshik al fin, o eso fue lo qué entendí cuando el zumbido empezaba a remitir.

En el patio de la Ciudadela reinaba el caos, pero todo se redujo a Jungkook cuando me estampó contra la pared, enojado.

- ¿Por qué Taehyung? ¿Cómo te atreviste? - el tono de su voz pastosa y las cejas fruncidas, me demostraban lo irritado que se encontraba y aún así, había regresado. - ¿Cómo pudiste?

- Tienen que irse...ahora. - dije apenas, intentando soltarme de su agarre que se hizo más fuerte en cuanto me escuchó. - Estoy tratando de protegerte! ¿Por qué no te quedaste al margen? ¿Por qué tenías que volver? ¡Mira cómo está este lugar! - grité fuera de sí.

Las armas subían y las astillas saltaban, el acero tañía y las bocas gritaban, las flechas silbaban y los cuerpos caían, mientras intentaba soltarme.

Wooshik le puso una mano en el hombro, y Jungkook reaccionó, dejándome libre.

- Lo siento, no pude detenerlo.

- Tienen que irse ahora.

- ¡No! Nos quedamos aquí - respondió Jungkook.

- Taehyung, déjalos - bramó Nada - es su decisión.

- Pero...

- Ya están aquí y preparados o no, deberán luchar. - discutió Nada. - no podrán salir.

Los miré a ambos y luego a mi alrededor, donde todo era cada vez más confuso. Nada tenía razón, era tarde para irse de aquí.

- Por favor... - susurré resignado - No mueran.

Según mis planes, los mercenarios de mi madre habían salido en tropel de las puertas ocultas y habían atacado a los veteranos de Seokjin por la espalda, derribándolos donde estaban u obligándolos a desbandarse por el patio, que ya estaba salpicado de cuerpos que sangraban.

Pero los supervivientes de la primera oleada estaban presentando fiera batalla, repartida en horribles e íntimas escaramuzas a muerte.

Parpadeando y sin oír bien aún, vi a una de las mujeres apuñalando a un hombre mientras él le rajaba una y otra vez la cara con el borde del escudo.

Vi que Seojoon y sus arqueros también cumplían con su parte del plan, disparando una andanada de flechas desde los tejados. En silencio ascendieron y en silencio se clavaron en los escudos de la guardia personal de Seokjin, que había formado una cerrada en torno a su rey. Un hombre recibió un flechazo en la cara y apenas pareció enterarse, siguió señalando el Gran Salón con la espada y vociferando en silencio. Otro cayó, agarrando un asta que sobresalía de su costado e intentando apoyarse en la pierna de su compañero, quien se sacudió la mano de encima y cambió de posición. A ambos los conocía; eran hombres de honor que habían montado guardia en la entrada del dormitorio del rey.

«La batalla vuelve animales a los hombres», solía decirme mi padre.

Vi a un matón con la palabra «cuatrero» tatuada en la mejilla acabar de un tajo con la vida de un esclavo. La jarra de agua que llevaba salió despedida y se estrelló contra una pared.

¿Podía ser aquello lo que había planeado? ¿Por lo que había rezado? Había abierto la puerta de par en par y había suplicado a la diosa de la Guerra que aceptase mi invitación. Y ya no podía detenerlo, ni yo ni nadie. Sobrevivir ya sería un desafío suficiente.

The King (Taekook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora