𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟑

453 44 10
                                    

Sirius comía las verduras de su hermano mayor con un pensamiento ciertamente egoísta y amoroso.

En la mente de un niño de ocho años comer verduras aunque no le gustaran era un acto de absoluta de valentía. Si las comía, Sirius sería grande y fuerte, más que Regulus; entonces podría protegerlo de cualquier cosa, como de los insectos, la oscuridad e incluso de sus padres.

—Pst, pst—Un Regulus de ocho años levantó la mirada, ojos grandes y piel extremadamente pálida dándole un aspecto un poco enfermizo.—¿Quieres que me coma tus verduras, Reg?

Regulus, quien sinceramente odiaba las verduras asintió mientras una sonrisa se asomaba por su boca. Estaban solos en el gran comedor, una mesa para más de 10 personas siendo utilizado por dos niños pequeños. Un sirviente estaba en la puerta lanzándoles miradas por ordenes de su madre, supervisando que comieran cada porción en su plato.

Sirius estiró su mano por encima de la mesa cuando no los estaban viendo. De forma poco ética Regulus tomó pedazos de brócoli y lo dejó en manos de su hermano mayor. A su madre le daría un infarto si se enteraba que Regulus no estaba comiendo sus verduras y que tomaba la comida con las manos. El pensamiento hizo que Regulus se estremeciera.

Sirius soltó una risita involuntaria, dejando más asquerosos brócolis en su plato que lo ayudarían a hacerse fuerte. Eso era lo que Sirius quería, ser muy fuerte, ahorrarle el mal rato a su hermano de comer tales cosas y poder protegerlo de igual forma.

Sirius estaría orgulloso de su propio plan, si no fuera por los pasos que sonaron sobre el mármol, el empleado personal de su madre, que parecía ser como un perro para Walburga, se detuvo frente a la larga mesa, sus ojos estrechándose en dirección hacía Regulus y después al plato de Sirius, su boca torciendose con disgusto al darse cuenta de lo que sucedía.

—No, por favor, no...—murmuró Regulus con los ojos abierto en pánico. Su labio inferior sobresalió en un puchero tembloroso. Ni siquiera necesitaba escuchar palabras para saber que pasaría ahora.

Sirius supo que tendría que confesar por sí mismo para aligerar el castigo, si dejaba que El perro guardián (como lo llamaba secretamente) de su madre los acusara a ambos, Regulus sufriría de igual manera y Sirius no podía permitir eso, no podía permitir que un niño de seis años pasara horas encerrado o de rodillas, no podía permitir que lastimaran las manos de su hermano menor, esos finos dedos que tocaban el piano con demasiada fluidez para tan corta edad. Sirius pensaba que Regulus era un genio.

Pero Sirius desconocía que un niño de ocho años tampoco debía pasar por tales atrocidades.

—Hey, Reg.—llamó Sirius, levantándose de su asiento. Le dió una sonrisa triste a su hermano, una sonrisa de disculpa porque ahora Regulus tendría que comer sus propias verduras.—Está bien, yo me encargo.

Eso no pareció servir de consuelo al menor, sus ojos grandes y de un gris inocente se cristalizaron y su puchero se hizo más pronunciado. Sirius sintió su corazón romperse un poco pero no permitió que su sonrisa decayera.

—Estoy en el cielo, Reg ¿recuerdas?—le dijo, sabiendo que posiblemente no lo vería hasta dentro de unos dos días—Todas las noches, aunque no me veas.

Regulus tuvo que quedarse en su ventana sólo por tres largas noches. Sirius estuvo encerrado en un armario en el gran salón y nadie le dejó acercarse para poder hablarle a través de las ranuras de la puerta.

Regulus lloró sintiéndose culpable.

Sirius lloró por fracasar.

El recuerdo desapareció de forma fugaz, en un parpadeó Sirius estaba de vuelta en el presente, con un par de ojos color chocolate mirándolo detrás del cristal de gafas redondas, cierta preocupación brillando en ellos. Entonces recordó donde y con quien estaba.

Ultraviolence | Jegulus |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora