Bienvenida

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La residencia de los Campodónico se podía observar desde la carretera, se encontraba en un extenso terreno sobre un acantilado y tenía conexión a la ciudad por un solo punto, entrada claramente bien custodiada. Esto demostraba que los antepasados de Alessandra siempre se preocuparon por la seguridad de la familia ya que la única forma de emboscarlos era suicidarse escalando el acantilado, o por aire y en la época que fue construida esa casa eso era imposible. Los Campodónico no dejaban nada al azar desde sus inicios.

Massimo había cogido la mano a Alessandra durante, no le importaba que los vieran y para su alegría Alessandra no lo rechazó.
La tensión que había sentido en ella durante el viaje se había duplicado y empeoraba a medida que se acercaban. Le sudaban las manos y su fuerte agarre le estaba cortando la circulación, pero aguantaría ya que por lo menos le estaba ayudando.
Le acarició con el pulgar intentando calmarla logrando que ella cediera un poco la tensión de su agarre y por fin giró su rostro y lo miró. Sus ojos brillaban por las lagrimas contenidas, pero le sonrió y su mirada le dejaba claro que él era su pilar al que se aferraba para no caer. A Massimo le estaba costando demasiado contenerse a tomarla en su regazo y abrazarla contra su pecho para que se diera cuenta que él la protegería de todo, pero respetaría su necesidad de mantener esto en secreto.

Esperándolos en la puerta principal de la residencia se encontraba su tío abuelo Giuseppe con su esposa Ruth la madre de Ángelo y Sebastián, además de todo el personal de la casa y Santino el encargado de seguridad. Ruth y los integrantes más antiguos del personal lloraban a mares  y absorbieron a Alessandra en un millón de abrazos y saludos, después de todo volvía la hija pródiga de la familia.

- Sean bienvenidos en nuestra casa -los saludó Giuseppe  cordialmente. Se veía tranquilo y agradable, muy distinto a la imagen que tenía de su hermano y su sobrino-. Espero que su estadía sea grata. Se que tuvimos conflictos importantes en el pasado, pero gracias a Alessandra creo que hemos podido superarlos y estamos muy agradecidos por el apoyo que han sido para ella y de que la hayan traído de vuelta a casa.

"Hayan traído de vuelta a casa", eso era lo que no le gustaba escuchar para Massimo. Ellos pensaban que Alessandra se quedaría, y viendo la afectuosa bienvenida harían de todo para que así fuera. Solo el pasado era el aliado que la podía hacer pensar en marcharse.
Estaba caminando por una cuerda floja.

- Bienvenidos -Dijo Ruth abrazando a cada uno-, estamos felices de recibirlos, estoy muy agradecida por el apoyo que han sido para mi sobrina en estos meses. Es gracias a ustedes que la tenemos de vuelta en casa y feliz como era antes de partir -diciendo esto último con una mueca de dolor-.

Y ahí estaba, nuevamente lo mismo "la tenemos de vuelta en casa". Todos la querían de vuelta y no los podía culpar, pero se la llevaría de vuelta a Sicilia cueste lo que cueste.

- Puedes contar con que la apoyaré en todo lo que necesite. Sé que esta no ha sido una transición fácil para ella -le respondió Massimo-.

- Gracias -le respondió tartamudeando Ruth al darse cuenta que sabía más de lo que esperaba-.

Ingresaron a un hall enorme con piso de mármol bordeado por una escalera de hierro y con una cúpula en el techo decorada con vitrales. Se destacaba a un costado un cuadro gigante, casi del tamaño de la pared, en el que posaba una pareja antigua.

Alessandra se separó de ellos y fue a otra habitación junto a su tío y sus primos. En la mirada que le dirigió al separarse vió lo expuesta que se encontraba, no era la valiente Alessandra con su armadura avasalladora, ésta era la pequeña Alessandra que huyó del infierno para volver a caer en él. Necesitaba ir con ella y protegerla de sus demonios, pero ella lo miró negándose, sabía lo que estaba pensando y no le quedó otra que respetar su opinión.

365 días juntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora