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Trabajar de noche siempre había sido algo que había odiado, pero hoy estaba siendo incluso peor que de costumbre. Pese a que el lugar no era exactamente una discoteca o un pub, el bar en ocasiones podía llegar a ser incluso peor que cualquiera de aquellos dos tipos de locales nocturnos.

Pero necesitaba el dinero, y de momento no me salía ninguna oferta de trabajo con mejores condiciones que estas. Lo buscaba y me esforzaba lo más que podía, pero ni aun así conseguía que me llamasen para algo decente.

Y es que aunque estuviera feo decirlo, yo era una chica de muy buen ver, y eso muchas veces lo único que te ayudaba a conseguir eran trabajos en bares, discotecas o pubs, puesto que los dueños querían perfiles como el mío únicamente para hacerles las veces de reclamo y que el local se llenara de tíos babosos y repugnantes que llevaban, como mínimo, dos años sin follar. Como mínimo.

Por décima vez en la noche, el cincuentón con una barriga diez veces más grande que su cabeza se acercó a la barra para pedir una nueva ronda para él y sus amigos. Iban todos borrachísimos desde hacía como dos o tres rondas.

Me estaba sacando de quicio, cada puta vez que había venido a por una nueva ronda se había quejado de alguna cosa.

—Tira bien las birras, ¿vale bonita? Ser guapa no hace que tires como Dios manda una cerveza.

Tuve que morderme la lengua para no decirle que se tirase él mismo las cervezas. Ya había tenido alguna discusión con mi jefe por ese tipo de cosas, y había aprendido que lo mejor que podía hacer era callarme la boca, incluso si eso significaba que me explotara un puto pulmón.

Pese a que me habría encantado, reprimí las ganas de escupirle en la cerveza. ¿Se lo merecía? Por supuesto que sí, pero volvíamos al tema de mi jefe. Él no estaba aquí, pero eso no significaba que no se fuera a enterar, ya que Sofía, o bueno, Sophie, mi compañera, se lo contaba todo a Niklaus, como la buena perra faldera que era.

A Sophie le gustaba que le llamaran así ya que eso la hacía sentir más americana. Ella vino al país desde Colombia cuando era pequeña, y por alguna extraña razón había decidido obviar su auténtica nacionalidad. Incluso cuando le preguntaban de donde era, ella respondía que de aquí, de Lincoln, Nebraska. La gente la miraba como si estuviera loca cuando hacía eso, pero aunque por dentro estaban muertos de risa por su estupidez, no rebatían las palabras de la morena.

Una vez que el cincuentón tuvo sus birras y se marchó, el hombre que llevaba como hora y media sentado en la barra a mi derecha pidió otra cerveza. Se notaba que estaba entrado en años, aunque no se le veía viejo en absoluto; tendría unos treinta y tantos, cuarenta como muchísimo. Tenía el cabello castaño oscuro y corto, aunque el lado derecho de su rostro estaba parcialmente oculto por su flequillo.

—Lo que tienes que aguantar no tiene nombre —me dijo, sus ojos de un azul claro precioso, encendidos por la diversión y el alcohol.

—El turno del sábado noche es el que más odio —respondí, poniendo su bebida frente a él.

—¡Qué puto asco! Esa puta mocosa no tiene ni idea de servir una birra, la muy zorra —la voz del hombre que se acababa de retirar resonó por todo el local, estruendosa y arrastrando un poco las palabras.

—Estaría bien darle una lección —no sabía si eran conscientes de que estaban gritando, pero yo ya me estaba comenzando a sentir un poco violenta y enfadada.

—Putos borrachos de mierda —gruñó el hombre al que le acababa de servir.

—Mientras que no intenten hacerme nada, que griten lo que quieran —estaba acostumbrada a aquella atmósfera de mierda llena de violencia, ruido y gritos.

Forbidden {Leon S. Kennedy}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora