VIII

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Desperté a la mañana siguiente por el estruendoso sonido de la alarma de mi teléfono. La apagué y me giré en la cama, sonriendo al ver a Leon a mi lado, ya despierto.

—Buenos días —saludó con voz grave, tirando de mi hasta que quedé pegada a su cuerpo por completo, dándome un dulce beso.

—Buenos días, Leon —susurré sobre sus labios al separarnos.

—¿Cumples con tu horario incluso durante el fin de semana? —Inquirió, alzando una ceja.

—A veces —se me había olvidado desactivar la alarma.

—¿Quieres hacer algo hoy? Ya no llueve —indicó, apartando un par de mechones de mi rostro.

—Creo que de momento quiero quedarme un poco más en la cama, contigo —admití, pasando una pierna por encima de su cadera y mi brazo por debajo del suyo, abrazándole.

Inhalé su aroma, olía fuerte, pero era un olor agradable, a hombre. Sonaría loco, pero me hacía sentir segura, cobijada.

No sabría decir cuánto tiempo pasamos así, y tampoco era como si me importase demasiado. Estaba muy a gusto, y eso era lo que importaba.

Al final, terminamos decidiendo salir a desayunar por ahí. Comer fuera cuando estaba con Leon se estaba volviendo costumbre, y en parte no me gustaba, ya que siempre terminaba pagando él la cuenta.

—Tienes muchas cicatrices —comenté al observar su pecho con detenimiento. Le había visto la espalda también, pero no tenía nada que ver con la parte de delante.

—Marcas de guerra —le quitó él importancia —. Esa fue de las primeras —me dijo mientras que recorría despacio una fina línea de su pectoral izquierdo, apenas visible.

—¿Cómo te la hiciste?

—Durante los entrenamientos de iniciación en el cuerpo al que pertenezco —respondió, aunque daba la sensación de que no quería hablar mucho del tema.

—Debió ser duro —comenté, Leon asintió con la cabeza.

—Pensé que no saldría vivo de ahí —admitió —. Pero aquí estoy, y eso es lo que importa —concluyó, levantándose de la cama, metiéndose en el baño.

Fui tras él sin pensármelo dos veces, sabiendo que iba a ducharse.

—Hay que ahorrar agua —bromeé, pasando mis brazos por sus hombros, haciéndole reír.

Leon pegó su frente a la mía, abrazándome por la cintura.

—Me parece una idea fantástica —asintió él.

Tuve que contenerme todo lo posible para no tocar a Leon más de la cuenta, así como sentí que él también se contuvo conmigo al pasar la esponja por todo mi cuerpo. Admitía que fue demasiado erótico y provocador para mí verle arrodillarse para enjabonar mis piernas, y pese a que evité mirar hacia ese punto de su cuerpo, mis ojos terminaron dándole un fugaz vistazo.

La tenía dura, y debía dolerle como el infierno. Era enorme, y diría que venosa. No me fijé demasiado. Una vez más, Leon demostraba su enorme autocontrol.

No me dejó devolverle el gesto, y en su lugar simplemente se enjabonó él mismo su cuerpo. Tuve que pasar saliva cuando me fijé en cómo sus músculos se acentuaban con cada movimiento que hacía, por pequeño o simple que fuera.

—¿Puedo ayudarte con el pelo? —Inquirí, él me miró sonriente.

—Claro.

Incluso cuando se agachó para facilitarme la tarea, tuve que ponerme de puntillas para llegar bien a lavar su pelo. Leon se dio cuenta de esto y me agarró por la cintura para evitar un posible y fatal resbalón.

Forbidden {Leon S. Kennedy}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora