XIV

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Fue una mañana y una tarde llena de sexo desenfrenado y brutal. Jodidamente brutal. Leon me dejó ver su lado más sádico y animal... y admitía que me gustaba mucho esa faceta suya.

Me pegó, me marcó el cuerpo al completo con sus dientes, y yo no podía estar más orgullosa de llevar todas esas marcas que gritaban que Leon era mi jodido amo.

Bien podría haberme puesto un jodido collar de perro con chapa identificativa incluida y habría salido de casa felizmente, orgullosa de mostrarle al mundo que yo era de Leon, así como él era mío.

De alguna manera ese día nuestra relación se había tornado más depravada, oscura incluso, aunque en el fondo sabía que era cosa del momento íntimo. Leon estaba experimentando mis límites, explotando mis gustos y alimentando las fantasías más oscuras y perversas que habitaban en lo más hondo de mi mente.

Recuerdo que hubo un momento en el que me sobresalté, aunque no tuve miedo; confiaba en Leon como nunca había confiado en nadie en toda mi vida.

Seguía atada con aquella cuerda roja, aunque para aquel momento, y si era sincera, sentía que con cada movimiento, por pequeño que fuera, la cuerda quemaba mi piel por el roce continuado.

No me importaba, disfrutaba incluso de esa sensación, parecida a cuando te quemabas.

Leon se había levantado de la cama para desechar unos cuantos condones usados, no entendía como podía correrse y correrse sin que su cuerpo sufriera las consecuencias. Beneficios de ser agente del gobierno, supuse.

Para cuando volvió a mi lado, completamente desnudo y con su nueve milímetros en la mano, el aire dejó mis pulmones por completo. ¿Qué pretendía hacer con la maldita pistola?

Leon me recostó contra el cabezal de la cama, acunando mi rostro con sus grandes manos, dejando el arma a mi lado, junto a mi muslo.

—Tranquila —susurró al separarse de mis labios, notando mi respiración acelerada.

No tenía miedo, me estaba excitando de nuevo, y todo era culpa de las imágenes que se estaban reproduciendo en mi cabeza: Leon disparando en la galería de tiro aquella mañana de hacía un par de días.

Definitivamente, estábamos enfermos. Yo por excitarme al pensar en un hombre disparando un arma, y él por tener la idea de incluir la pistola en nuestras actividades sexuales. Solo Dios sabía lo que pretendía hacerme con ella.

—Está descargada, ¿vale? No tienes nada que temer —Informó, mostrándome la pistola. Decía la verdad, el hueco donde se suponía que iba el cargador estaba vacío.

De todas formas, jamás tendría miedo estando a su lado.

Solo cuando asentí con la cabeza y un suave "vale" salió de mis labios, Leon hizo su siguiente movimiento.

Resultaba tierno pensar que, pese a tenerme atada y disponer de total libertad para hacerme lo que quisiera, esperase por mi consentimiento para proceder.

Su mano se aferró a mi mandíbula con firmeza, en un agarre fuerte, mas no doloroso. Me miró a los ojos fijamente, seguramente cerciorándose de que yo también estuviera segura de que esto pasara. Sonrió divertido, bajando sus azules ojos hasta mis labios, paseando su pulgar por mi labio inferior, con calma.

—Abre la boca —obedecí, manteniendo mis ojos fijos en los suyos —. Eres una chica tan buena, baby girl —alabó, alzando la pistola con su mano derecha, llevando el cañón a mis labios —. Chupa, prometo que se sentirá bien. 

Lo presentía, la anticipación y el deseo corrían salvajemente a través de mi cuerpo, las acciones y palabras de Leon detonando todo, como una cerilla haría con un camino de pólvora.

Forbidden {Leon S. Kennedy}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora