VII

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Leon me ayudó a terminar de ducharme, y cuando estuve lista me puso el albornoz y me llevó en brazos hasta la cama, depositándome ahí con cuidado. Él seguía empapado para entonces, aunque tan pronto como me dejó ahí se metió al baño, saliendo poco tiempo después, solo con una toalla atada a la cintura.

—No te importa que vaya así, ¿no? —Negué con la cabeza, mi mente seguía algo nublada debido a lo que acababa de pasar.

Poco después de eso, cuando ya me sentía más entera, me levanté de la cama y cogí un pijama y ropa interior limpia, yendo al baño para ponérmela. Salí y Leon seguía sentado en la cama, mirándome atentamente.

Fue entonces que, como un fogonazo, una pregunta se hizo presente en mi mente:

—¿Cómo has entrado? —Sin mediar palabra, Leon estiró la mano hasta la mesita de noche, cogiendo algo y alzándolo. Eran mis llaves.

—Me las quedé aquel día sin querer —informó —. Lo siento.

Negué con la cabeza, quitándole importancia al asunto.

—No sabes cuánto me tranquiliza que las tuvieras tú, me estaba volviendo loca buscándolas —admití, yendo hasta el armario.

Rebusqué un poco entre la ropa, encontrando por fin lo que estaba buscando: una bolsa de papel. Llevaba casi dos meses ahí metida, y debido a la situación con Leon, obviamente no había tenido oportunidad de dársela.

—¿Qué es esto? —Inquirió cuando dejé la bolsa a su lado, mirándola con una ceja alzada.

—Pretendía dártelo aquel día, cuando acabamos borrachos aquí y te fuiste, pero al final mi plan se fue a la mierda, así que considéralo un regalo de reconciliación —le dije, sentándome a su lado en el borde de la cama, evitando a toda costa mirar su pecho desnudo.

—No tenías por qué —medio reprochó, abriendo la bolsa y sacando lo que había dentro: un pijama de algodón negro. Era simple y de manga corta, pero quería que Leon tuviera algo que ponerse cuando viniese a casa, así que servía. Además, no parecía una persona que se complicase mucho a la hora de vestirse, me había fijado y su estilo era más bien clásico.

Me encogí de hombros.

—Así siempre tendrás algo que ponerte cuando vengas aquí —respondí.

—Muchas gracias, Lillith.

Sus ojos brillaron al decir eso, lo que me llevó a pensar que Leon recibía pocos regalos. Nunca le había preguntado por su familia o amigos, pero de momento tenía la sensación de que tenía o bien un círculo de amistades muy pequeño y todos estaban ocupados, o bien estaba más solo que la una. Quise creer que era lo primero, más que nada porque me daba mucha pena pensar que podría ser lo segundo.

El moreno se levantó y fue al baño para cambiarse, alegrándome cuando salió con el pijama puesto. Le quedaba perfecto.

Leon volvió a sentarse en la cama, a mi lado. Me quedé mirándole, apartando la mirada al poco, riendo. Justo en ese momento se empezó a escuchar un leve repiqueteo en la ventana: estaba empezando a llover. El frío no tardó en hacer acto de presencia, y al notar esto, Leon me hizo meterme en la cama, bajo las mantas.

Para ser abril sentía que las temperaturas eran un poco bajas, aunque claro, ya no estaba en Memphis.

El mayor se quedó sentado a mi lado, con su brazo sobre mis hombros. Me estiré para coger el mando de la televisión, encendiéndola.

—¿Vemos una película? —Propuse, entrando a Netflix

—Lo que a tí te apetezca, Lillith —dijo dulcemente, besando mi frente mientras pasaba la mano por mi brazo, frotando un poco para hacerme entrar en calor más rápido.

Forbidden {Leon S. Kennedy}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora