XVI

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Los días pasaron, hablé con mi madre acerca de lo de ir con Leon a Memphis y, como era de esperar, ella aceptó encantada. De alguna manera sentía que, para mamá, Leon seguía siendo como aquel hijo que un día partió y ya nunca volvió a casa.

Ella sabía que Leon ya era un hombre, pero en el fondo tenía la sospecha de que le seguía viendo como a aquel chico de veintiún años que se fue para hacer su vida y cumplir su sueño de ser policía.

Unos días antes de que junio terminase, Leon y yo ya teníamos listas nuestras maletas, así como los billetes de avión comprados para el primero de julio.

Leon me despertó ese día a las cuatro y media de la mañana, el vuelo saldría a las siete, y duraría casi cinco horas. Fuimos en taxi hasta el aeropuerto, y debía reconocer que echaría de menos los paseos en moto una vez estuviéramos en Memphis. Tenía la sensación de que, aunque agradable, el mes se me haría largo.

—¿Quieres un café? —Ofreció Leon cuando entramos al aeropuerto, negué con la cabeza, sabiendo que sería incapaz de dormirme durante el vuelo. Ni siquiera me había subido al avión y ya me sentía nerviosa y ansiosa.

—Una infusión mejor —le dije, Leon asintió con la cabeza.

Me quedé sentada en un banco mientras que el mayor iba por las bebidas, observando las pantallas que anunciaban los vuelos, esperando a que el nuestro apareciera. Inconscientemente, empecé a hacer rebotar mi pierna derecha, los nervios me estaban comiendo viva.

—¿Estás bien, Lillith? —La voz de Leon me sacó de mis pensamientos.

—Pues... creo que no te lo he dicho nunca, pero volar me agobia un poco —admití, al mismo tiempo en que nuestro vuelo salía en la pantalla y el moreno me pasaba mi bebida.

—Ahora entiendo lo del clonazepam —comentó, echando a andar junto a mí.

Quince minutos después ya estábamos esperando junto a la puerta de embarque. Leon no había escatimado y había comprado billetes para primera clase, incluso cuando le dije que no era necesario.

Nunca había volado en esa categoría, así que me quedé alucinada cuando entré al lugar, los asientos eran más sofá que otra cosa, y los tonos cremas y las luces suaves le daban un ambiente bastante relajante a la estancia. Pasé saliva, asombrada por todo ese lujo.

—¿Cómo estás? ¿Sigues nerviosa? —Inquirió Leon, envolviendo mi mano con las suyas una vez que tomamos asiento y nos abrochamos los cinturones, mi pierna otra vez moviéndose ansiosamente de arriba a abajo debido a la leve vibración del avión; habían encendido el motor y estábamos a punto de partir. 

—Un poco —notaba que el clonazepam me había hecho efecto, así como la infusión, pero aún estaba nerviosa y con el pulso y la respiración algo acelerados.

—Lillith, respira. No va a pasar nada —su brazo rodeó mis hombros y pegó mi cuerpo al suyo todo lo que era posible mientras que yo le apretaba la mano con fuerza, mis uñas enterradas en su carne.

Traté de respirar hondo, pero simplemente no pude, sobre todo porque justo el avión comenzó a moverse, el capitán avisando de que dejaríamos de tocar tierra en unos pocos minutos.

—Joder, joder, joder —susurré, me sudaba la mano y mi cuerpo estaba más que tenso.

—Tranquila —susurró Leon en mi oído, el avión alzándose poco a poco, presionándome contra el asiento.

Tras unos agónicos momentos alcanzamos la altura adecuada y nos estabilizamos en el aire, mi respiración normalizándose un poco tras eso. Estaba más tranquila, pero no relajada del todo.

Forbidden {Leon S. Kennedy}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora