II - Mantengamos nuestra promesa.

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— ¡¿Cómo que fuiste a la superficie?! —vociferó histéricamente la catrina mayor hacia su pequeño hijo rubio—, Sabes perfectamente que tienes prohibido ir allá, Jimin. Y más si vas tú solo.

—Lo siento—agachó la cabeza, tratando de no sollozar delante de su progenitora.

—Como sea—acarició su cien, apaciguando su furia—, Ya no importa, solo no lo vuelvas a hacer—riñó.

—Está bien, catrina—masculló, con un semblante deprimido.

Había estado de lo más feliz después de su pequeño viaje de exploración junto con su nuevo mejor amigo Jungkook. Pero todo ese regocijo se había ido por el caño, cuando su madre lo esperaba en la entrada de su aposento, de brazos cruzados y con expresión poco amigable. Al contarle a su madre lo ocurrido estalló su enojo e inconformidad, así que lo reprendió, como solía hacer con cada cosa que hacía. Suerte que había omitido la parte de Jungkook, si no, habría sido pésimo.

—Necesito que me acompañes a un lugar. Debo presentarte a alguien—dictaminó, mientras caminaba fuera del palacio de la catrina.

Prefirió no rechistar y simplemente seguir a su madre, omitiendo cualquier comentario e inconformidad de su parte, no quería empeorar el humor de la catrina. Solo esperaba que, cuando le correspondiera tomar el mando, no fuese tan amargado.

La mujer con un tronar de sus dedos, los había transportado al otro lado de la ciudad de los recordados, donde las cosas no eran tan animadas y ni coloridas. Mejor dicho, era todo lo opuesto, llamada la tierra o ciudad de los olvidados. Era la parte más alejada de su ciudad, prácticamente se le podía comparar con un desierto abandonado.

Se podía apreciar la desolación y agonía que padecían los muertos de esa zona. Ni siquiera se movían de su sitio, como si de estatuas se tratase. Seguramente sentían verdaderamente como la muerte se les calaba hasta en los huesos, literalmente hablando, pues sus cuerpos eran esqueletos sin rastros de piel.

Jimin observaba con desánimo, hasta sintió una opresión en su pecho que lo asustó, escondiéndose detrás de su progenitora, tratando de calmarse. Pero, ¿Cómo hacerlo estando en un ambiente tan pesado?, hasta respirar se le dificultaba.

Así estaba dividida aquella tierra de los muertos, por la ciudad de los recordados y la de los olvidados. En los recordados como su nombre lo indica, es habitado por personas que habían fallecido, pero, que tanto amigos como familia, los recordaban cada año en el día de los muertos, prendiendo velas en su honor frente a unas fotografías, para que sus descendientes y generaciones futuras nunca los olvidaran.

Mientras, por otro lado, estaba la ciudad de los olvidados, donde aquellos muertos que por tanto tiempo habían sido recordados, les llegaba la hora en que ya no había nadie más que los recordara, siendo exiliados de aquella colorida zona. Por lo tanto, iban volviéndose polvo al mismo tiempo que agonizaban lentamente.

Así como la catrina era la gobernante de prácticamente, toda la tierra en sí, esa pequeña parte gris y desolada, estaba bajo el mando de chacal, el dios de la muerte. Este ente también regía bajo el mando de la catrina, era más bien como su súbdito, pero, ambos se llevaban fatal. Bueno, era obvio, la vida y la muerte no eran compatibles en lo absoluto y así había sido por siglos y siglos, era como una tradición a seguir.

— ¡Oye, viejo mapleto! —desgañitó, ocasionando eco en el lugar.

Estaban en una especie de caverna o algo parecido, frente al trono que era lo que más resaltaba, al ser alto, de color negro y con unas alas del mismo color, que sobresalían, haciéndolo muy llamativo. Al cabo de unos segundos, un hombre algo mayor, hizo acto de presencia, saliendo por el lado izquierdo al trono.

Agonía - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora