Capítulo 17

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Steve no es muy inteligente.

Al menos eso es lo que le han dicho. Su padre, sus profesores, sus entrenadores, su consejero vocacional, sus amigos, sus exámenes, sus mediocres —más o menos— calificaciones que fueron suficientes para conseguirle un diploma pero no suficientes para conseguirle siquiera un lugar en la universidad, Lincoln Tech o una oportunidad de libertad real, y aproximadamente la mitad de los clientes que ve por día.

Todas las fuentes lo confirman, aunque lo dicen de diferentes formas.

“No es la bombilla más brillante” cuando intentan ser amables.

“Tal vez sólo te dediques a los deportes” o “es bueno que seas guapo” cuando intentan ser graciosos.

Estúpido” cuando son honestos.

Y no tiene muchas razones para no confiar en su palabra.

Se siente bastante estúpido la mayor parte del tiempo. Es un poco difícil no hacerlo cuando estás rodeado por todos lados literalmente de nerds y niños genios. Él siempre está un paso detrás de ellos. Por lo general, cuatro o cinco pasos, el enano asmático de la camada lucha por seguir el ritmo. Porque no sabe cómo tomar algunos trozos de metal y construir una súper radio como Dustin. No sabe hablar cuatro idiomas y descifrar códigos rusos ultrasecretos en una tarde como Robin. No sabe cómo elaborar una historia y leer entre líneas para tejer piezas inocentes en un rompecabezas condenatorio como Nancy. No sabe hacer malabares ni tejer. No sabe tocar la guitarra y reproducir cualquier riff que le pique con solo escuchar como Eddie. Demonios, ni siquiera sabe lo que hace la mayor parte del tiempo.

Pero al menos conoce a sus amigos.

Él sabe que Dustin es amigo de todas las criaturas —peludas, escamosas o cubiertas de limo alterdimensional y propenso a comerse a sus queridas mascotas—, pero le tiene miedo a las mantis religiosas, por algún sueño que tuvo cuando tenía seis años. Sabe que Robin odia el queso crema en los postres porque es demasiado ácido, pero untará toda la tina en su bagel y se lamerá las manchas de los dedos. Sabe que Lucas tiene la costumbre de golpearse la sien con el bolígrafo cada vez que se atasca en un problema de matemáticas, aunque eso no es frecuente, y siempre sólo hace sus tareas de inglés con tinta azul porque 'piensa mejor en azul'. Sabe que Will se marea si lee en el auto, pero aun así lo hace y necesita mantener la ventanilla abierta. Y sabe que cuando Nancy está molesta, frota su pulgar en la suave cicatriz rosada que corre como un río a través de su palma izquierda, arriba y abajo, una y otra vez, como si estuviera tratando de borrarla.

“Nancy Wheeler, ¿me concedes este baile?”

Su pulgar se detiene. Ella lo mira, pero le toma un momento salir del valle de sus pensamientos y reconocerlo, registrar sus palabras, notar su mano colgando allí, esperando una respuesta. Ella parpadea.

“Oh, um...” Por un momento, sus ojos se mueven detrás de él. Su mandíbula se aprieta, pero la alisa con practicada facilidad. “Sería un honor para mí”.

Ella desliza esa mano llena de cicatrices en la de él y deja que la levante, hacia su pista de baile improvisada, hacia la juerga con todos los demás, donde debería estar. Y hace lo mejor que puede: canta como si estuviera en un video de Bonnie Tyler; le da vueltas y vueltas hasta marearse; él hace todo lo que puede para intentar transmitirle a ella parte de la felicidad que brota de él. Y ella lo sigue; ella baila; ella se entrega a sus travesuras y sonríe.

Pero no es su verdadera sonrisa. No es la sonrisa fácil que descansa en sus labios de la misma manera que las nubes hinchadas y bañadas de perlas que descansan en el cielo en pleno verano. Y Steve sabría la diferencia, ¿Si? Pasó un poco más de un año persiguiendo esa sonrisa, muriendo por sacarla a relucir y probarla todo lo que pudiera. No, esta es la sonrisa que les dio a los padres de Barb, la sonrisa que les dio a los niños en el ojo de la tormenta de mierda porque alguien tenía que poner cara de valiente a pesar de que ella todavía era una niña también, la sonrisa que le dio a Steve cuando el amor se había ido y él no podía —o no quería— verlo. Esta es la sonrisa que dice algo anda mal, pero soy Nancy Wheeler, así que voy a apretar los dientes y superarlo.

Nunca creí en los milagros (pero creo que es momento) | TraducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora