6. Listas y libretas

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Aunque ninguno de los dos lo admitiría en voz alta, ni a Emily ni a Jack les gustaba estar solos encerrados en la habitación

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Aunque ninguno de los dos lo admitiría en voz alta, ni a Emily ni a Jack les gustaba estar solos encerrados en la habitación. Así que, a pesar de repelerse uno al otro, ambos negaron de la comodidad de su habitación y pasaron el día en la recepción.

Emily estaba sentada en la barra de la cocina y bebía té como si fuera su gasolina. Si su tablet fuera una persona, tendría que haberla denunciado por explotación laboral. Jack tenía una bolsa de papitas que intercambiaba ocasionalmente con los platillos que Rosaline preparaba. Rosaline estaba contenta de que Emily al fin quisiera probar su comida, aunque solo la picara como un pollo; sin embargo, se aburría una vez terminaba de cocinar, por lo que empezó un proyecto personal.

Afuera, el clima ya no era tan desastroso. Aunque todo el tiempo caía una ligera llovizna, el sol había vuelto a salir y la lluvia era hasta refrescante.

Jack y Emily trabajaron perfeccionando sus propias ideas para la boda, cada quien desde su esquina de la habitación. De cierta forma, estaban en un ring de boxeo.

Una vez comidos, a eso de las tres de la tarde, Emily dio por terminada su idea y caminó con paso firme hasta Jack.

—Tengo ya todo resuelto para tener la mejor boda de todas —anunció.

—Pues yo también. —Se incorporó él.

Emily no se intimidó, le mostró a Jack un dibujo perfeccionado y coloreado donde se mostraba tal cual lo que había dicho antes, pero con más detalles.

—Se te da bien dibujar —comentó él. Emily no se esperaba un cumplido, por lo que retiró la tablet de su vista.

Aunque era la boda más aburrida del mundo, claro.

—Gracias.

Jack le mostró su boceto a mano, Emily admitió para sus adentros, que aunque aquello era un desastre en potencia, tenía cierto encanto.

Antes de que cualquiera de ellos abriera la boca y empezaran a pelear de nuevo, Rosaline apareció poniendo algo en la mesa. Se detuvieron a observar el objeto, porque aquello era precioso. Era un coco abierto para usarse como florero, lleno de flores tropicales en una variedad de colores entre el verde, morado y rosa. Simple, pero hermoso.

—Rosaline —exclamó Emily sorprendida.

—¿Tú hiciste esto?

La chica sonrió de oreja a oreja y asintió orgullosa de su creación.

—Es precioso. —Emily no se pudo resistir, como ya a estas alturas es sabido, su debilidad eran las flores.

—¡Es un centro de mesa! —Se emocionó Jack.

—No, no —saltó Emily—. Los centros de mesa no pueden ser algo así, en la planeación está que...

Pero ni siquiera ella podía decirle que no a aquella carita ilusionada de Rosaline.

Una boda a la derivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora