12. Una pizza hawaiana

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A Jack no le hizo falta decirlo, Emily lo había adivinado ya por su cara

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A Jack no le hizo falta decirlo, Emily lo había adivinado ya por su cara. Estaban afuera de la habitación de Rosaline, hasta allá la escuchaban roncar.

—Quisiera mostrarte algo.

—¿Tiene que ver con la boda?

—Si... —afirmó él, aunque por la forma en que había alargado la última letra del monosílabo, Emily no estuvo segura de creerle.

—Está bien... —dudó ella—. Pues, vamos.

—Aún no —le detuvo—. Está haciendo ya algo de frío, ¿no preferirías cambiarte? Así me das tiempo a mí.

Emily aceptó, aunque toda la situación parecía sospechosa. Jack le pidió media hora, por lo que a ella le dio tiempo de darse una ducha. Ella no se consideraba una persona con instintos, pero algo dentro de ella le dijo que se pusiera ese vestido verde que empacó para el día de la boda. Complementó con una capa café por encima, porque el aire afuera era frío.

Salió para encontrarse a Jack, esperando en los alrededores de su cuarto, dando vueltas como un adolescente nervioso, o un cachorro. En cuánto la vio se puso firme como una tabla y le sonrió.

—¿Lista?

—No.

—¿Qué pasa?

—No sé a dónde vamos, no puedo estar lista.

Jack le sonrío al cielo.

—Estás lista —aseguró él.

Le pidió que lo esperara un poco más, le dijo que mientras tanto diera una vuelta por las habitaciones. Emily no se había percatado de lo bonito que era el lugar. Mientras caminaba, no se escuchaba otra cosa más que el murmullo de las olas, el susurro de las palmeras y el grillar de... bueno, de los grillos.

Había una piscina en la parte central del complejo, esa agua no la había tocado nadie, así que era un espejo perfecto para la luna que brillaba por encima de sus cabezas. A ella le gustaba la seguridad que le ofrecían las paredes de concreto, pero también estaba fascinada con la paz que se respiraba allí. Paz y el aroma a coco de Jack, que percibió apenas él se acercó. Él la tomó del brazo para guiarle.

—Okay, vamos a recorrerlo en sentido contrario, pero espero que se entienda la idea. Como me aconsejaste, leí los folletos de la recepción y había uno que tenía el calendario lunar. ¿Y adivina qué? Tendremos luna llena este domingo —le contó él mientras caminaban sobre la arena frente a la recepción, Emily aún no veía nada especial.

—Bien...

—Entonces, pensaba que podríamos dejar la boda para las seis o algo así. Tú sabrás más que yo qué hora es mejor, pero así cumpliríamos lo de dar el sí al atardecer.

—Suena bien.

—Habíamos acordado que la boda sería por aquí —Jack señaló el área frente al lobby—. Pero hace rato que estábamos por allá, vi que no se aprecia tanto el atardecer, sería mejor al otro lado. —A Jack le faltó añadir, que le interesaba tanto el atardecer porque quería verlo reflejado en los ojos de Emily—. Y dejaríamos las mesas fuera, para no estar tan apretados dentro.

Una boda a la derivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora