Capitulo 4.

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POV. Diego

-Buenos días, soy Viridiana y seré quien lo atienda. ¿Qué gusta ordenar?-. Comentó escribiendo en su pequeña libreta, sin si quiera mirarme.

-Buenos días, ¿tu que me recomiendas?

Reí ante su actitud despistada, estaba tan centrada en su trabajo.

-Lo siento, no sabia que vendrías, no había visto que eras tu. Te recomiendo los waffles.

Sonreí ante su último comentario, aún estando yo aquí no paraba de hacer su trabajo.

-Entonces waffles.

-En unos minutos regreso.

Y se esfumo con su vista aun en su pequeña libreta. Estaba enamorado de esta mujer y su dedicación.

Minutos después regreso.

-Aquí tienes, te traje un café.

Estaba apunto de irse cuando regreso.

-Y el corazón lo hice yo, bye-. Se despidió.

Reí de nuevo, los waffles estaban adornados con chocolate, fresas y miel. Todo en forma de corazón.

Pequeños detalles así me estaban enamorando.

Termine e inmediato llame la atención de Viridiana.

-¿Si?

-¿No puedes sentarte unos momentos?-. Pregunté en suplica.

-Que más quisiera Diego, pero estoy en horario de trabajo-. Explicó.

-Bien, entonces regreso más tarde-. Deje dinero sobre la mesa y bese la mejilla de Viridiana.

Salí del lugar camino a mi auto. No quería tener que esperar tanto para ver a Viridiana, pero después de todo era su trabajo y no me iba a interponer.

(.........)
Las horas pasaban y aun no terminaba el turno de Viridiana.

Tome las llaves de mi auto y salí de mi casa, maneje hasta la cafetería.

Entre y de nuevo vi a Viridiana, tan radiante como siempre.

Camine entre las mesas y me senté en la misma mesa de siempre, en la que me había quedado babeando por Viridiana.

Espere unos momentos y ahí estaba frente a mi la mujer que se la vive en mi cabeza.

-Hola de nuevo, ¿qué vas a ordenar?

-Un café esta bien, sin ningún acompañante. Ahora no tengo hambre, solo quería venir a verte.

-Pues ya casi acaba mi turno-. Dijo viendo hacia el reloj.

-No tardo.

Y como siempre se esfumo de mi vista en una rapidez.

No podía dejar de pensar en Viridiana y su trabajo, sus horarios me estaban resultando la perdición.

Por las mañanas yo estaba ocupado y por las tardes ella era la ocupada.

Pero no podía hacer nada, era su trabajo y sus turnos, tenía que respetarlos.

-Aquí tienes-. Dejo la pequeña taza sobre la mesa.

-Tratare de cerrar antes, aunque no prometo nada-. Dijo y se fue.

Los minutos pasaban y los clientes aún seguían llegando, ya comenzaba a desesperarme.

Mi café ya estaba frío, lo tomaba de pequeños tragos y hacía enorme pausas. Todo con tal de que no se acabará y pudiera quedarme más tiempo sin que me dijeran nada.

Prohibido (Diego Valdes) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora