capitulo 13

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¿Quién podría asegurar que aquel alfa estaba de buen humor?

El gimnasio era un caos y un aura amenazadora envolvía a Jaekyung, que más de una vez intentó salir a golpear a los reporteros.

— Jaekyung, tienes que mantener la calma. Yendo contra la prensa, lo único que vas a conseguir es que más falsas acusaciones se hagan sobre ti —intentaba calmarlo el entrenador Park.

— Esos hijos de puta, debería molerlos a golpes uno por uno. A ver cuál de todos se les ocurrió la brillante idea. Ellos no tienen una puta idea de con quién se metieron — estaba tan furioso que ya era la quinta silla que destrozaba. Y el olor a feromonas era insoportable.

— Aquí estoy — dijo irrumpiendo en el gimnasio Heensung, que parecía venir de una maratón — Jae, ven conmigo.

El azabache aceptó de mala gana y juntos se encerraron en los vestidores.

— Tienes que pensar, Jae. Alguien de tu pasado quiere joderte, eso es seguro. Pero ¿quién?

— ¿Crees que si supiera esa persona aún existiera? — alzaba la voz furioso.

Heensung caminó de un lado a otro pensando, tomó el periódico en sus manos y anotó el sitio de la página donde habían lanzado la acusación.

— Deberíamos confrontar a estos tipos, los del periódico. Ellos han de saber quién habló semejante basura — le mostraba su teléfono.

— El entrenador ya se encargó de ello, pero estos malditos se niegan a dar declaraciones.

— Escucha, no pierdas la cabeza por noticias amarillistas. Solo buscan llamar la atención. No tienen evidencia alguna, son solo conjeturas, especulaciones baratas — intentaba calmarlo.

— Eso no me importaría si no fuera por... las imágenes que tienen de hace 5 años.

Heensung no comprendía nada, incluso volvió a mirar la noticia. Entonces vio la fotografía: Jaekyung mucho más joven, sentado en unas bancas de un estadio donde se hacen peleas clandestinas, sosteniendo en sus manos un frasco de fármacos ilícitos.

— ¿De dónde sacaron esto, Jae?

El azabache dio un suspiro.

— Ya te he dicho en otras ocasiones que yo empecé desde abajo. Cuando era más joven, el único lugar al que podía entrar y pelear era la calle roja, o como otros le conocían, territorio de la muerte. Un cuadrilátero clandestino donde se realizaban todo tipo de peleas por dinero. Era ilegal, claro está, pero corrían los rumores en la escuela de deportes de que si alguien sobrevivía a esas peleas, entonces podía con todo.

— He oído de ese lugar — decía pensativo el de cabello melocotón — se dice que incluso es financiado por la mafia.

— Asi es. Ciento de los pejes gordos de los Jopuk pagaban buenas sumas solo para ver a luchadores pelear hasta la muerte. Cuando empecé a asistir a ese lugar, solo iba como espectador junto a otros compañeros de la escuela. Recuerdo que había un gran luchador, el más famoso de todos, la multitud enloquecía cuando ponía los pies en el ring, era invencible y una máquina de pelea; le conocían como el gladiador. Cualquier oponente que se atreviera a subir con él sabía que era una muerte segura. Pero para un niño como yo, él era lo más grande. Quería ser como él porque si lograba parecerme a alguien así, seguro mi padre estaría orgulloso, aunque él no tenía idea de que yo asistía a peleas clandestinas.

Un día, un par de amigos y yo decidimos subirnos al ring por diversión antes de que nos atraparan los de seguridad. El gladiador nos estaba observando y quedó encantado con mi forma de moverme. Decía que tenía futuro, así que empezó a entrenarme. Con el tiempo, logré hacer algunas peleas, y las ganaba todas. Pero un día descubrí que la clave del éxito del gladiador era el uso de sustancias dopantes. Decidí probarlas en un combate, y cuando las introduje en mi cuerpo, fue una maldita locura. Todo era tan sencillo; nadie podía contra mí. No me cansaba y era insaciable. Esto provocó que el propio gladiador se enfrentara a mí en el cuadrilátero, y hasta él lo terminé derrotando.

I'm back/JinxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora