Cap 2

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Revelaciones en la oscuridad

En el camino de regreso a casa, nos mantuvimos en silencio. Agradecía que no me hubieran bombardeado de preguntas o insistido en el tema, aunque reconocía que tenían muchas dudas por resolver debido a lo acontecido. Ante eso, se podía decir que lo que menos quería era ver algún reflejo, no de nuevo, y por ello me había dispuesto a ir en los asientos de atrás. Coloqué mis manos debajo de mi espalda al sentir que aún estaban temblorosas, pasando mi mirada del techo a la vista del cielo anaranjado que me ofrecía la ventanilla.

—¿Te encuentras bien? —rompió el silencio Cele, quien me observaba preocupada por encima de su hombro.

—No —contesté casi inaudible.

Aun me molestaban los ojos que se encontraban hinchados de tanto llorar, y al recordar las imágenes que se me atravesaban en la mente me hacía cuestionarme si alguna vez me he encontrado realmente bien.

—Aine, tranquila, mírame, mírame solamente a mí —tomó con delicadeza mis manos llevándolas hacia sus labios.

—Hay sangre por todos lados, está muerto, está muerto —hablé en cuanto el nudo en mi estómago me permitió hacerlo—. Mis manos, el espejo…

—No hay nada que temer, solo fue un susto, solo mírame —me rodeó con sus brazos tratando de calmarme, mientras la trigueña se encontraba en la puerta, parada casi inmóvil, sin saber qué hacer.

A pesar de todo, solo quería cambiar de tema. Lo último que me faltaba era lidiar con la incomodidad, si después de todo no había existido nada. Y eso era lo peor de todo.

—Escúchame, Aine, pero escúchame bien, no hay nada de malo en ti. Eres una persona increíble y lo que acaba de suceder no va a cambiar nunca eso. Quiero que lo sepas, ¿ok? —habló ella mientras acariciaba mi brazo.

Me reconfortaba bastante oír eso y apreciaba que, conociéndome, supiera que también me afectaba lo que ellos podían llegar a pensar.

—Ahora vayamos a hacer la pijamada con el maratón de películas, que es otra de las cosas que tenemos en la lista de hoy —dijo, sacando la hoja de papel que habíamos escrito días anteriores y tachando una de las opciones.

No pude evitar sonreír ante aquello, me gustaba la manera en que siempre solía hacerme sentir mejor y cerrando los ojos comencé a regular mi respiración para que la angustia desapareciera.

Pasaron algunos minutos en los que habíamos entrado hacia Caviahue y al atravesar el gran Lago Agrio me senté y me limpié, con la manga de mi camiseta, los restos de rímel que se habían esparcido en mis ojeras.

Cuando llegamos a la final de la cuadra, pasando el hotel, me fijé si el auto de papá  se encontraba estacionado en el Porsche. No me sorprendió al ver que no.

—¿Segura que no quieres hablar del tema?—indagó Cele, quien esperaba que abriese la puerta para poder entrar.

—Estoy bastante confundida, ¿qué te puedo decir?—encendí las luces apenas me adentré y caminando hacia la cocina le señalé la cafetera para que colocara los granos de café.

Por más que prefería el café instantáneo, me daba demasiada pereza tener que batirlo y tampoco tenía muchas ganas, ya que aún sentía la sensación de viscosidad inminente en mis dedos, la sensación de la sangre en mis manos seguia intacta en  mi. Tan real, como para que hubiese sido solo producto de mi imaginación.

—Mala suerte, la señora de las tortillas no está—se quejó Tomás al entrar—Pero compré facturas—dejó la bolsa sobre la mesada y se acercó a ayudar a preparar la bandeja.

Cuando los espejos Resplandecen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora