Capítulo 4

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Todo mejoró después de eso. Yo encajaba con ellos, era sencillo y natural, como si de verdad hubiera nacido para vivir en ese castillo junto a la realeza. Loïc y yo jugábamos mucho, especialmente porque si yo no cedía, hablaba durante horas sobre historias imposibles que me hacían pensar si estaba bajo el efecto de alguna sustancia. Así que yo accedía a perseguirlo por el castillo para que mantuviera la boca cerrada. Aunque si soy sincero, debo admitir que una parte de mí se divertía también y estaba comenzando a sentir mucho afecto hacia ese irritante niño. Era adorable, de alguna forma.

Cuando cumplió tres años, Neylianiz le organizó una celebración en el castillo que era más que ostentosa. Muchas criaturas fueron invitadas, pero lo que más me hacía sentir nervioso, era el hecho de que estaba rodeado de cazadores. El jardín estaba lleno de niños de todos los tamaños y colores corriendo de aquí para allá. Los adultos estaban de pie en pequeños círculos charlando de cosas que no me importaban y casi siempre buscaban acercarse a Neylianiz. Él no se comportaba diferente ante toda esa atención, sonreía de la misma forma amable e intentaba escuchar a todos, no importaba cuántos fueran.

Al contrario de Loïc, yo no me la estaba pasando tan bien. A demás de que estaba aterrado ante la idea de que algún cazador quisiera atacarme, podía sentir la mirada de todos los invitados sobre mí mientras susurraban preguntándose qué diablos hacía yo ahí. Me resultaba sencillo el escuchar sus conversaciones porque mi oído era más agudo que el de un humano y en varias ocasiones pensé en responderles algo solo para que supieran que podía escucharlos, pero sus preguntas eran totalmente válidas. Yo era un niño de cabello blanco que llamaba la atención y que vivía en el castillo de los Kensington. ¿Por qué? ¿Qué había hecho yo para merecer tal honor?
No tenía ninguna respuesta para eso así que hice lo que se me daba mejor: huir. Hurté los cigarrillos de un hombre que estaba más ocupado bebiendo y me escabullí lejos de ahí.
Abrí la puerta de la muralla, bajé por las escaleras hacia el pasillo, pero no salí por la derecha, sino que entré por la puerta de la izquierda. Era la biblioteca secreta de Neylianiz donde se escondía cuando necesitaba un tiempo a solas, lo que ocurría con mucha frecuencia. Le resultaba graciosa la forma en que el castillo se convertía en una locura mientras todos lo buscaban. Al parecer, solo Deeinna sabía de ese lugar. Eso hizo que me sintiera más especial cuando me contó.
Me senté en la banca que rodeaba el tronco del árbol a la mitad del salón. A veces yo también me escondía ahí. Neylianiz tenía muchísimos libros de historia de las criaturas, de leyendas y linajes de sangre. Le gustaba leer porque le gustaba aprender. A menudo decía que había tantas cosas nuevas que quizá la vida no le alcanzaría para aprenderlas todas. En cierto modo, no estaba equivocado.
Encendí el cigarrillo y me concentré solo en fumar. Después de un rato, Neylianiz entró a la biblioteca y me sonrió con dulzura como siempre lo hacía. Una sonrisa de cariño, una como la que siempre quise recibir de mi padre.

—¿Estás bien? —preguntó sentándose a mi lado. Me encogí de hombros, con la mirada en el suelo.

—Todos me miran —expliqué—, porque soy diferente.

—¿Y?

Lo miré sin entender. Me sonrió.

—¿Qué tiene de malo ser diferente? —preguntó—. Creo que eres diferente y eso es maravilloso, Shane. Eso te hace más especial que a ellos.

Mi pecho se hinchó de orgullo con sus palabras. Me acomodó el cabello antes de ponerse de pie para regresar a la fiesta. Se detuvo frente a la puerta y me miró de nuevo.

—Y la próxima vez que te descubra fumando, te sacaré del castillo yo mismo.

Sonrió igual que antes y salió.
Tiré el paquete de cigarros como si estuviera hecho de materia radioactiva.

OdjurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora