No sé cuánto tiempo me quedé tirado en el suelo, contemplado como el fuego destruía el único hogar que había tenido en mi vida. Me resultaba imposible de creer que tan sólo unos días atrás habíamos estado riendo por uno de los cuentos de Neylianiz. Tan sólo hace unas noches había descansado en mi habitación después de que Neylianiz me dijera que estaba orgulloso de mí y que me amaba con todo su corazón.
El fuego se apagó después de quién sabe cuanto tiempo, pero yo no me podía mover. Mi cuerpo entero se sentía como pesadas rocas y estaba tan exhausto por el llanto y el dolor que ni siquiera tenía ánimos de intentar levantarme. Quise quedarme ahí por siempre, sólo permanecer tirado para esperar que la muerte fuera piadosa y me llevara al mismo lugar donde estaba Neylianiz. No quería seguir, no tenía ninguna razón para seguir vivo sin mi padre.
Cuando abrí los ojos, estaba cubierto por una capa de ceniza y nieve. El fuego se había apagado, pero aún podía sentir su calor. El castillo, o lo que quedaba de él, se elevaba frente a mí, con trozos de roca y madera desprendiéndose, empujando el calor residual hacia mi cuerpo. Me incorporé sin fuerzas, con la mirada perdida en lo que alguna vez había sido mi hogar.
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Me senté en el borde de mi cama dentro de la cabaña sin saber exactamente cómo había llegado hasta ahí. Mi cuerpo seguía desnudo después de la transformación y estaba lleno de tierra y ceniza. Me miré las manos con rastros de rasguños y sangre que ni siquiera me dolían. No podía sentir nada. Como si mis emociones se hubieran apagado, me quedé sentado ahí tan sólo observando la madera que me resguardaba del frío invernal.
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Estaba en mi cabaña, era de noche y la luz de la luna apenas podía alumbrar lo suficiente para distinguir lo que me rodeaba. Los rasguños que me habían despertado se volvían más y más intensos, pero no podía distinguir la causa de los mismos. De pronto podía ver una sombra junto a la entrada. Sentí miedo al pensar que podía ser un cazador y estaba bloqueando la única salida que tenía, pero entonces habló y reconocí su voz.
—Shane —me llamó Neylianiz—. Shane, soy yo.
Salí de la cama con cautela, sin poder creer que él estaba ahí, pero su voz era inconfundible. Sentí alivio, una clase de paz momentánea de ese dolor infernal que me consumía vivo desde la emboscada en el castillo.
—¿Padre?
—Sí, Shane, soy yo. Estoy aquí, mi querido hijo.
Entonces corrí hacia él, pero por alguna razón no podía alcanzarlo. Podía ver la sombra, escuchaba su voz como si estuviera a mi lado, pero al estirar la mano me era imposible tocarlo. Sentí miedo de nuevo, necesitaba tocarlo, necesitaba abrazarlo para poder despertar de la pesadilla en donde él estaba muerto.
—¿Por qué, Shane? ¿Por qué te fuiste?
—Me lo ordenaste —respondí con voz temblorosa—. Dijiste que tenía que irme.
—Lo prometiste.
—Lo siento —sollocé—. Lo siento tanto.
—Lo prometiste —respondió con voz ahogada. Una voz gorgoteante que me erizó el vello de la nuca. Retrocedí o al menos lo intenté, pero cuando por fin salió de las sombras, estaba justo delante de mi rostro. Era Neylianiz, pero su piel se caía por pedazos, en lugar del abundante cabello negro tenía el cráneo expuesto, sangre goteando entre las quemaduras, cuencas vacías, ampollas supurando en sus brazos y cuello—. ¡LO JURASTE! ¡JURASTE QUE ME PROTEGERÍAS! ¡MÍRAME, SHANE! ¡MIRA EN LO QUE ME HE CONVERTIDO POR TU CULPA! ¡ES TU CULPA! ¡TU CULPA!
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Odjur
FantasySecuela del libro "Kensington" Después de una terrible tragedia, un pequeño Odjur sin clan se encuentra con los reyes más grandes que existen: los Kenginston.