Los meses pasaron y mi lugar en el palacio era como la pieza de un rompecabezas. A veces había que girarla un poco para que encajara, a veces no encajaba en absoluto, pero las cosas parecían acomodarse mejor. Lysander y yo discutíamos a menudo, pero habíamos aprendido a lidiar con ello. Cuando él se enojaba, yo lo dejaba alejarse de mí para aclarar sus pensamientos y lo recibía cuando regresaba, entonces resolvíamos las cosas. Cuando yo me enojaba, él me dejaba transformarme para ir a un lugar muy lejano del reino donde aclaraba mis ideas y a veces —y me apena admitirlo— consideraba la idea de nunca regresar. Esas veces en que la nostalgia del reino que había conocido se volvía demasiado fuerte ante el pasado que estaba más cerca para mí que para nadie más, pero al final siempre regresaba a su lado y la reconciliación que le seguía a esas discusiones era la mejor parte de las mismas. Gracias a que todos en el palacio sabían sobre nosotros, no teníamos que ser silenciosos y yo descubrí que ese Lysander tímido y sumiso que había conocido ahora era un Lysander dominante y directo a quien le gustaba estar encima de mí mientras se sujetaba de mis hombros o mis manos siguiendo su propio ritmo, siempre al tanto de mis reacciones porque hacía algunos movimientos que me dejaban en blanco y sin palabras, pero mi parte favorita era cuando Lysander se inclinaba y sus labios rozaban a los míos en un beso que nunca se completaba y yo podía saborear sus gemidos que eran música para mis oídos. Casi siempre terminábamos al mismo tiempo, pero cuando no lo hacíamos, Lysander se acomodaba en posiciones que causaban un corto circuito en mi cerebro y hacían que mi misión de terminar se volviera muy sencilla.
Sí, estábamos locos el uno por el otro y me daba igual lo que el personal del palacio pudiera decir al respecto. No me importaba si era algo enfermo, si no era natural o si éramos unos degenerados por hacer el amor casi todos los días. Cuando despertaba con la cabeza de Lysander entre mis piernas, todos esos pensamientos se iban al diablo y las criaturas se iban con ellos.
Había vuelto a ser guardia real, lo que me mantenía ocupado y con poco tiempo para sentirme nostálgico. Seguía a Lysander en cualquiera de sus misiones y eso nos ayudaba a pasar más tiempo juntos. Yo me estaba adaptando a que todo era diferente y Lysander era muy paciente y amable cuando me explicaba todas las cosas que habían cambiado en mi ausencia, y cuando veía en mi rostro que comenzaba a sentirme abrumado, me tomaba de la mano y prometía que todo iba a estar bien.
—Un paso a la vez —me decía con una sonrisa y yo sabía entonces que todo iba a estar bien.
🥀
A lo largo de mi vida había visto muchas cosas feas, imágenes que podrían tramar a cualquiera y que a menudo eran la causa de mis pesadillas.
Sin embargo, nada y repito nada se comparaba con la imagen frente a mí porque era tan horrible que me provocaba el deseo de lavarme los ojos con maldito ácido sólo para poder borrarla, aunque estaba seguro de que se quedaría marcado por siempre en mi memoria.
—Creo que estás exagerando —dijo Chasydi a mis espaldas mientras yo seguía tallándome el rostro.
—Fue sólo un beso, pouppé —continuó Sackerson—, hemos hecho cosas mucho peores.
—Diablos, cierra la boca —ordené. Ahora tendría que usar el ácido en mis oídos también. Maldito el momento en que entré a la habitación de Chasydi sin llamar antes—. Y ponte algo de ropa por el amor a Dios.
—No te queda el papel de puritano cuando todos en el palacio podemos escuchar los gemidos de Lysander —dijo Chasydi cuando me giré por completo. Se cruzó de brazos y agradecí que Sackerson se pusiera algo de ropa.
—Es diferente. ¿No es esto alguna clase de incesto? —pregunté señalándolas.
—Yo no soy tu hermana —respondió Chasydi.
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Odjur
FantasySecuela del libro "Kensington" Después de una terrible tragedia, un pequeño Odjur sin clan se encuentra con los reyes más grandes que existen: los Kenginston.