Intenté llegar a la ciudad, pero en ese entonces tenía un pésimo sentido de la orientación; en cambio me perdí en el bosque y pude sobrevivir gracias a lo que Sackerson me había enseñado. No me salió tan bien al principio, pero conforme los días pasaban, obtuve más y más experiencia. Estuve perdido quizá por un par de meses hasta que una tarde mientras buscaba el mejor lugar para pasar la noche, me topé con dos cazadores.
—¡Quieto! —ordenó uno al tiempo que me apuntaba con una pistola.
—Es un niño —le dijo el otro lo que hizo que bajara el arma.
Se miraron sin saber qué diablos hacer conmigo y yo pensé en echarme a correr en la dirección opuesta, aunque quizá no habría llegado demasiado lejos. Y fue un alivio que no lo hiciera porque ese encuentro iba a cambiar mi vida por completo.
Una mujer se acercó a nosotros, era más baja que ellos y tenía un largo cabello dorado amarrado en una trenza que caía sobre su hombro izquierdo hacia su pecho. Usaba un traje como el de los cazadores y eso me hizo retroceder en un acto reflejo. La mujer levantó las palmas al frente en señal de paz y se detuvo a cierta distancia de mí.—Hola —saludó con una voz suave y amable—. ¿Cómo te llamas?
No respondí. Comencé a mirar alrededor buscando la mejor ruta de escape, era demasiado joven para perder mis ojos. Ella dio un paso con movimientos lentos, como si estuviera tratando con un animal asustado, y en realidad sí que lo era y estaba muerto de miedo. Retrocedí cuando se acercó, así que se quedó quieta en su lugar.
—Me llamo Deeinna —me dijo—. Deeinna Kensington.
Me mordí la mejilla interna. Conocía a los Kensington, al menos por el nombre. Eran la realeza más grande que existía y mi clan, como muchos otros, se regía por ellos. Tuve la necesidad de hacer alguna clase de reverencia como ordenaban las costumbres de mi pueblo, pero eran cazadores, de ninguna maldita forma iba a confiar en ellos.
—No te haremos daño —continuó cuando no respondí.
Bueno, si quisieran hacerme daño, no me lo dirían. Miré hacia el bosque que se abría a mi derecha. Aún estaba tiempo para echarme a correr, por muy rápidos que fueran, yo era más pequeño y escurridizo. Sin embargo, cuando la miré a los ojos no percibí maldad en ella. Llámenme loco, pero una parte de mí estaba confiando.
—Shane —murmuré. Ella esbozó una sonrisa leve y llena de ternura.
—Mucho gusto en conocerte, Shane. ¿Estás perdido?
Asentí. Deeinna miró a los hombres a sus lados y les hizo una señal que probablemente indicaba que debían irse y dejarnos solos porque eso fue lo que hicieron. Ella se hincó frente a mí para quedar a mi altura y me hizo sentir incómodo. La realeza no debía arrodillarse ante nadie.
—No te haré daño —repitió mientras extendía su mano hacia mí. Retrocedí de nuevo, pero eso no borró su sonrisa—. ¿Tienes hambre?
Me estaba muriendo de hambre. Por mucho que pudiera cazar, comer flores y frutos, no se comparaba con un buen plato de comida. Asentí de nuevo sin comprender cómo diablos es que era capaz de confiar en esa mujer. A pesar de que mi clan decía que los Kensington eran diferentes, era una cazadora y sabía de primera mano lo que eran capaces de hacer. Meses después de lo sucedido en mi pueblo, no había podido dormir porque cada noche tenía terribles pesadillas donde repetía lo sucedido una y otra vez.
—¿Sabes? Mi castillo no está muy lejos de aquí —dijo mirando hacia la izquierda—. Tenemos mucha comida, pasteles y tartas. ¿Te gustan los dulces? —preguntó. Negué y su sonrisa se ensanchó. Se inclinó hacia adelante como si estuviera contándome un secreto—. A mí tampoco, pero mi esposo los adora, aunque eso lo haga ganar peso, ese hombre no entiende. —Se puso de pie, sacudió la tierra de su pantalón y me extendió la mano de nuevo—. ¿Te gustaría venir conmigo?
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Odjur
FantasySecuela del libro "Kensington" Después de una terrible tragedia, un pequeño Odjur sin clan se encuentra con los reyes más grandes que existen: los Kenginston.