Unos meses después de haber cumplido ocho años, decidí hacer el juramento. Neylianiz no cuestionó mi decisión porque nunca lo hacía, aunque yo fuera sólo un niño. Me preguntó si estaba seguro de querer hacerlo por lo que representaba, pero yo estaba seguro. Me ataría a ellos por siempre y, aunque ya éramos una familia y eso no iba a cambiar, yo quería eso. Ya había prometido proteger a los Kensington por lo que el juramento sería solo una formalidad.
La ceremonia se hizo al atardecer en el verano. Un par de raganu al servicio de los Kensington se encargaron de hacer el ritual. Neylianiz y yo estábamos de pie uno frente al otro dentro de un círculo de fuego mientras los brujos se movían afuera susurrando cosas. Me preguntaron si juraba lealtad al linaje de los Kensington y yo dije que sí sin dudar. El fuego se elevó más alto que nosotros y algo estalló dentro de mi pecho. Podía sentir los lazos que me conectaban con Neylianiz moviéndose de mi cuerpo al suyo.
Una conexión que se transformó en un anillo de plata en la mano de Neylianiz. Entonces yo entendía lo que él sentía sin necesidad de que lo expresara en voz alta. No era como si pudiera leer sus pensamientos, pero podía entender lo que sentía. Sabía la respuesta a preguntas que no habían sido formuladas. Ese día sentí que tenía un lugar a donde pertenecer, por fin.
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Un nuevo clan llegó poco después de mi juramento. Parecían ser buenos cazadores que habían viajado desde muy lejos para ponerse al servicio de los Kensington como muchos lo hacían. Neylianiz los recibió y aceptó porque él decía que el reino debía ser un lugar cálido para cualquier criatura que quisiera entrar. A mí no me agradaron, especialmente su líder, un hombre regordete y enano que se llamaba Thrat y que nos veía a todos (especialmente a mí) como si fuéramos inferiores a ellos. Incluso escuché a algunos de sus seguidores preguntar entre murmullos qué diablos hacía un fenómeno como yo en la casa real. No se lo dije a Neylianiz porque no me pareció importante. Los cazadores en general no me querían demasiado y me parecía sorprendente la diferencia entre ellos y Neylianiz quien siempre trataba a las criaturas mágicas como iguales a los cazadores.
Thrat juró lealtad al igual que el resto de su clan, pero nunca fueron leales. Thrat tenía muchos otros planes en mente, pero no había forma de que pudiéramos saberlo en ese momento.
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Poco después de haber hecho el juramento, le pedí a Neylianiz que me dejara usar el tatuaje de los Kensington. Era un tatuaje mágico que los cazadores usaban a menudo como una marca del lugar a donde pertenecían. No se deformaría ni siquiera con el cambiar de mi cuerpo ni con el tiempo y eso sería una prueba más de que mi lugar estaba ahí.
-¿Por qué quieres hacerlo? -preguntó con suavidad-. Ya eres un Kensington.
-Me gustaría que todos lo vieran. Que no exista ninguna duda de que este es mi hogar.
Me sonrió con ternura y me despeinó el cabello.
Al siguiente día, los brujos aparecieron por orden real y, aunque estaba muy decidido a hacerlo, me estaba muriendo de miedo. Sabía que sería doloroso, pero eso no lo volvía menos aterrador. Neylianiz estuvo a mi lado durante todo el tiempo, sujetando mi mano, con esa expresión que me decía que todo estaría bien. Eso redujo en gran manera el temor y el dolor porque sólo tenía que concentrarme en su mano sujetando a la mía, porque aunque habíamos estado separados, ese hombre era mi padre y le confiaría mi vida sin dudarlo.
El tatuaje sanó pronto, en parte quizá por la capacidad con la que había nacido. Desde el primer momento en que lo vi en el espejo supe que había sido una de las mejores decisiones de mi vida y nadie iba a cambiar eso.
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Odjur
FantasySecuela del libro "Kensington" Después de una terrible tragedia, un pequeño Odjur sin clan se encuentra con los reyes más grandes que existen: los Kenginston.