Capítulo 22.

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Sofía y Bianka se miraban y negaban con la cabeza. Escuchar como Jazmín y Marcela se reían en el estudio a carcajadas les corroboraba, a ambas, que las abogadas tenían vida propia y ellas apenas empezaban a reorganizar la suya, que por mucho que disfrutaran, algo normal en su edad, no se podían comparar con esas féminas que ya tienen unas raíces bien plantadas, con un futuro más que asegurado.

—Nunca había visto a mi madre así, se siente raro.

—Ya lo disfrutarás mañana, porque la resaca será enorme, ya me contarás.

—¿Te vas? —Sofía mira a Bianka y reza para que esta se quede, sabe que se deja llevar por los impulsos y tener a Jazmín a cinco escasos metros de ella la insta a cometer más de una locura con ella.

—No creo, no puedo dejar a Jazmín así. Además, también tengo que disfrutar de la resaca de ella mañana.

—Están locas —sonrió Sofía a escuchar que ambas abogadas volvían a reír.

Jazmín y Marcela llevaban minutos en silencio, luego de que la rubia formulara una pregunta que les había hecho bajar, de golpe, los grados de alcohol en la sangre.

—No sé, Marce, no podría responder a algo como eso.

—¿Por qué? ¿Por qué es mi hija? ¿Acaso piensas en ello cuando la miras?

—Porque es mujer Marcela, una mujer de dieciocho años, preciosa. Que sea hija tuya es un elemento aparte, muy importante de hecho, pero, no quita que sea muy atractiva y llamativa su presencia.

—Te volveré a hacer la pregunta, Jazmín —la pelinegra suspira—, ¿te llevarías a la cama a mi hija?

—Si Marcela, si es lo que quieres escuchar, si me la llevaría a la cama, no una, ni dos, sino miles de veces. Pero no lo haré, no está en mi naturaleza jugar con fuego, aunque me encante quemarme con él.

—Mamá.

La voz de Sofía las hizo sobresaltar a ambas. Jazmín la miró y supo por la manera que la miraba, que había escuchado todo lo que dijo a Marcela.

—Mentirosa —susurró la rubia solo a Jazmín y se volteó a su hija—, ¿dime mi amor?

—¿Hasta cuándo van a seguir bebiendo? Mira la hora que es, mañana seguro se van a estar muriendo por la resaca, deberían de parar un poco.

—El efecto del vino con dos vasos de agua se arregla, cariño. Además, no es que hayamos bebido mucho. ¿Cuántas botellas llevamos, Jaz?

Marcela endurece la mirada al ver como su jefa observa a su hija. Debería enojarla, pero no es sensación de enojo la que crece en su interior, es una sensación de impotencia que la descoloca por completo, porque se da cuenta que no puede hacer nada para frenar lo que sea que hay entre Sofía y Jazmín y mucho menos ir en contra de una de ellas dos, ambas son muy importante en su vida.

—¿Jazmín?

Jazmín pestañea y pone su mirada dócil en la rubia. Pide disculpa con sus orbes negras y suspira agotada de tanto luchar contra lo que nace y le hace sentir la pequeña rubia que las mira desde la puerta, en su interior.

—No sé, unas cinco.

—Eso es demasiado, mamá —dice Sofía mirando como Jazmín se deja caer completamente en el sofá y cierra los ojos expresando un cansancio repentino que le preocupa.

—Ya paramos, pequeña, ve y prepara la habitación de invitados, hoy esta mujer se queda a dormir aquí.

Sofía mira a su madre y luego a Jazmín, sonríe y obedece ante lo pedido.

—Desde ya te voy a pedir disculpas, Marcela.

—¿Por qué?

—Porque no sé si pueda detenerme. No sé cómo se hace para luchar contra algo que te quema por dentro y deseas realizar por encima de todos los obstáculos. No sé, Marce —suspira y los ojos negros se humedecen—, no sé cómo mirarte a la cara y decirte que tu hija me gusta, no para jugar a las escondidas, si no para dedicarle y ofrecerle todo lo que la llene y la haga feliz. No sé cómo hacer, para poder evitarla cada vez que me busca y estamos a solas, no sé cómo alejarla sin que se sienta rechazada. No puedo evitar pensar en ti cada vez que ella me mira, porque me duele traicionarte de esa manera, Marce. Eres su madre, una de mis mejores amigas y eso me está haciendo mucho daño, porque cada vez es más difícil rechazarla. Me cuesta no mirarla sin sentir deseos de besarla y tocarla, es algo que se vuelve muy pesado y cada día que pasa se hace muy difícil soportarlo.

—Jaz —susurra la rubia abogada al ver que Jazmín esconde su cara entre sus manos y solloza. Mira hacia la puerta y su hija las mira con una sonrisa de auténtica felicidad en su rostro.

—No sé qué hacer, Marce, y, ¿sabes que es lo peor?

—¿Qué, cariño?

—Que ella lo sabe.

—Pero es algo a tu favor.

Jazmín levanta el rostro al escuchar las palabras de Marcela.

—Si, a mi favor. Pero todo seria genial si no me pusiera a pensar en todos los problemas que enredarme con tu hija, desencadenaría.

—Jazmín —Marcela pone una mano sobre su hombro.

—¿Me mirarás igual que lo has hecho siempre si supieras que me he llevado tu hija a la cama? —Marcela aparta la mirada— Ahí está la respuesta, no lo harás y lo sabes y eso para mí, vale mucho Marcela. Valoro lo que tenemos y le doy mucha, quizá demasiada importancia al concepto de la amistad.

Marcela no dice nada y observa por el rabillo del ojo como Sofía se marcha. Algo le da a entender que su pequeña no se va a rendir y que, por encima de sus palabras y deseos, buscará a Jazmín, hasta lograr lo que quiere, y está más que convencida que, contra eso no puede luchar. Solo espera estar preparada para imaginar a su pequeña bajo el dominio de una mujer que ella conoce muy bien y sabe de sus exquisitos gustos sexuales. Los juegos a los que la someterá Jazmín no son para cualquier persona y eso es lo que la pone nerviosa.

—Sé lo que estás pensando, Marce —dice Jazmín mirándola con fragilidad.

—No lo puedo evitar, Jaz. Apenas tiene dieciocho, por dios, es inexperta.

—Es un dato que tengo muy presente, Marce. De suceder algo entre ella y yo, te puedo garantizar que no se hará nada que ella no desee. Hay límites que respeto, rubia.

—Por dios, pensar en eso me tiene loca, no la puedo imaginar haciendo algo así.

—Es tu hija, te entiendo. Ahora dame esos vasos de agua que los ojos se me empiezan a cerrar.

Bajo el dominio de una violación. (borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora