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Huyes al jardín de tu mansión, sin esperar que te encontrara

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Huyes al jardín de tu mansión, sin esperar que te encontrara

El sonido de las piedras bajo mis zapatitos crujieron en un solo entre tantas rosas y arbustos de diversas formas delicadas. Doblé rápidamente hacía uno de los tantos caminos del laberinto natural, sin rumbo alguno, dejando atrás los violines y el canturreo de las risas melodiosas.

No mucho más caminé oculta entre las hojas, a razón de un pequeño banco de mármol en mí campo de visión, invitando a dejarme caer en él. Tanta fiesta y tintineo de copas entre sí me habían provocado un mareo doloroso, al igual de las sonrisas falsas afixiantes.

La misma rutina de siempre, convivir entre personas que fingen risas ante mí y luego salir a tomar aire al gigantesco jardín de la mansión. Estos bailes, a veces en mí residencia y otros en las de los socios de mí padre, solo tenían de bueno usar sedosos vestidos formales y deleitarme con bocadillos dulces. Un ambiente que jamás podría acostumbrarme y que pertenecería a mí vida por siempre.

—¿A ti también te sofocan esas personas? — preguntó de repente una voz masculina, sacándome de mis pensamientos, a un lado del camino. Deslicé mí mirada desde sus zapatos lustrados hasta el impecable traje oscuro que vestía, reconociendo ese porte confiado antes de siquiera llegar a su rostro. Eren, el único hijo de la señora Carla y su esposo Grisha, quien heredaría el próspero negocio de su familia; del que tanto habló mí padre durante nuestras cenas. Sus mejores socios. Además de que, indirectamente, pidió que socializara con su hijo, puesto que algún día ambos estaríamos en la misma posición que nuestros padres. Siempre huí de su petición.

Ladeé mí cabeza, mientras planchaba los pliegues del vestido en un intento de disimular mis piernas ansiosas. Él era el único que podía ponerme nerviosa, con su típica ceja alzada y expresión a la que nadie se niega, y hoy no era la excepción.

Observé de reojo cómo pateaba los granitos color marfil sin sacar las manos de sus bolsillos, estaba a solo unos metros de mí. A pesar de tantos años asistiendo a bailes y socializando en ellos, tales experiencias no me ayudaron a cortar el silencio entre ambos. 

La fresca brisa nocturna despeinó los mechones que no se adhirieron al rodete adornado con pequeñas perlas, haciéndome levantar la cabeza hacia el cielo: disfrutando de la noche sobre mí y el ruido del agua caer de la fuente en el centro del camino.

Un resoplido llegó a mis oidos, haciéndome mirarlo por impulso con el ceño ligeramente fruncido. Alzó sus manos, cómo si alguien lo atacara, para decir burlón:

—Lo siento por interrumpir tu disfrute del tenso viento.

—El viento no está tenso, es fresco. A demás, —hice una pausa para mirarlo de arriba a bajo con planeado desdén— interrumpiste hace mucho.

Eren se encogió sobre si mismo, colocando una mano sobre su pecho dramáticamente. Solo rodeé los ojos, llevando mis ojos al frente, intentado ocultar un atisbo de sonrisa, al ángel de porcelana del cual el agua fluía a través de su pequeña boquita.

Ninguno de los dos dijo nada. Y por un instante, me pregunté si había sido muy dura. Realmente, no creí que podía caerle mal. Lo había escuchado, muchas veces, bromear sin problemas.

Jugué con las puntillas de mis guantes, pensando en decir algo más, aunque el ambiente entre ambos no lo ameritaba. Después del fracaso de mí broma, creció en mí interior un leve sentimiento de vergüenza.

El ruido de pisadas sobre la grava hizo levantar mí mentón y la imagen que encontré detuvo a mí corazón por un momento. Eren extendía una mano hacia mí, viéndome sin titubear, mientras la otra se ocultaba detrás de su cintura. La leve reverencia, sin demasiada inclinación para no dejar de mirarme, lo colocó muy cerca de mí rostro. Ese brillo esmeralda, esperando por mí, provocó encender mí rostro.

Una melodía, traída por el viento ondulante, suave y deslizante llegó a mí como un mensaje angelical. Acariciando mí piel al igual que suaves plumas, dejando puntillas a su paso.

Fue ahí donde lo entendí.

Dudosa, tomé su mano firme, sintiendo el calor que emanaba a través de la tela de seda. Cuando me levanté del banquillo y sus dedos se deslizaron por mí cintura, sin permitir escaparme, sentí a mí corazón querer salirse del pecho. Me aferró a él con delicadeza para comenzar a mover nuestros cuerpos al unísono musical lejano. En un vaivén tan similar al de las flores a nuestro al rededor, que se balanceaban por el mimoso viento entre sus pétalos.

Me perdí en su rostro y en la calidez que me brindaba su tacto, mientras dábamos una vuelta sin dejar de vernos fijamente. Nuestros pies moviéndose en perfecta armonia, cómo si hubiéramos practicado con anterioridad, que pronto olvidé el suelo bajo estos. Dejando atrás la rosaleda iluminada con faroles y el aroma dulce, para sumergirnos en el paraíso.

Pronto, todo a nuestro alrededor desapareció.

Solo sentía su mano sobre el corcet del vestido y sus latidos frenéticos bajo mis dedos en su pecho. El vals, como el de dos enamorados, parecía más que simples notas de piano y violín, era como si las mismísimas estrellas cantaran una melodía y la luna sonriente se uniera a ellas.

Dimos vueltas y vueltas sobre la esponjosidad de las nubes, mientras el astro nocturno presenciaba el nacimiento de algo más, antes de descender nuevamente al jardín. Sentir el suelo bajo nosotros otra vez, pero aún con nuestras manos entrelazadas y el aire cargado de destellos encantadores. Sin soltarnos, a pesar de la inexistente canción. Todavía con el resplandor romántico entre ambos fundido por el mágico baile.

Hechizados, el uno por el otro. Algo que jamás sentimos, ni siquiera las veces que nuestras miradas se encontraban en el salón repleto de murmullos. Jamás nos dimos cuenta, que cuando teníamos esa fugaz unión, lo demás desaparecía. Estabamos demasiado ocupados con otros, para escuchar al llamado de nuestros corazones.

Sus yemas acariciaron mí mejilla caliente, cómo si fuera la joya más apreciada del universo. Para luego, besarme dulcemente. Bajo el cielo oscuro, y sus pintitas como testigos, besó mis labios mientras se aferraba a mí cabello con sumo cuidado. Tierno, delicado y cariñoso. Entrelazados hasta que el aire se volvió vital.

Me brindó una sonrisa soñada, que jamás pensé que me haría suspirar. Apoyó su frente contra la mía, en un gesto que habló por miles de palabras que jamás hubieran podido expresar lo que floreció entre ambos. 

La mágia de un vals, con galaxias en sus notas, nos hizo vernos de verdad por primera vez. Y por eso, no pude detener a las rosas que crecían en mí interior ni a sus labios sobre los míos nuevamente.

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Espero que haya gustado este shot muy imaginativo, porque disfruté mucho escribiéndolo con Taylor de fondo.
Me imaginé la escena del baile como la del observatorio en La La Land 💓

También quería agradecer por llegar a 1k de visitas, es algo increíble para mí y me hace muy muy feliz. Gracias por leer 💗

Kisses 💋

𝐎𝐍𝐄 𝐒𝐇𝐎𝐓𝐒 𔓕 Eren Jeager Donde viven las historias. Descúbrelo ahora