VIII confesión: Temer al hombre, no a Dios.

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Advertencia: Este capítulo puede contener escenas desagradables para el lector, leer bajo su propia responsabilidad.

...

- Su santidad - Una voz masculina, meticulosa y tosca la saludó - Gracias por tomarse el tiempo de brindarnos una visita.

Aquel hombre, de cabello corto, con canas y arrugas bajo sus ojos, tenía una sonrisa cálida y radiante, vestía de manera sencilla y parecía jugar con los más pequeños en la sala de estar, con algunos juguetes, que pese a verse desgastados se mantenían conservados.

- Señor Jeremías - Respondió vagamente la sacerdotisa, inclinándose levemente para él, al saludar - Lamento la visita de improviso.

El señor mayor la invitó a tomar el té en la sala de estar mientras envío a los niños a jugar al patio con cuidado, Theodore sirvió una taza mientras Jeremías miraba fijamente y sin abandonar su sonrisa, a la pelinegra sentada frente a él.

- Es una lamentable noticia lo que le ocurrió a Zarel, supongo que nuestra supervisión está decayendo - Dijo el hombre, tomando la taza entre sus dedos índice y pulgar y meneando esta un poco - Era un niño muy animado, esperemos que cuando se recupere no pierda esa virtud.

- ¿Sabe algo sobre su cambio de personalidad? ¿La razón por la que comenzó a distanciarse? - Preguntó, ignorando por completo la taza frente a ella.

- Bueno, en realidad, no sé mucho sobre Zarel, nunca fuí de su agrado, siempre se alejaba de mí, quizás es porque le recuerdo a su abuelo, era un alcohólico sin remedio que vivía de vago en la casa de su hijo mayor, puede que mi presencia le recordara a ese difunto señor - Dió un sorbo a su té, complacido por el sabor.

Detrás de aquella aura paternal y cálida, había un profundo amor, al menos era lo que Wednesday podía sentir viniendo de él.

- ¿Sabe al menos desde cuándo comenzó a actuar así? - Fué su pregunta, mirando por la ventana junto a ellos al escuchar las risas infantiles provenientes del patio.

- Pues no lo sé exactamente, más o menos desde hace unos 5 meses, pero fué cambiando lentamente, quizás es debido a la edad, ya es un hermoso niño de 10 años, está por tomar sus propias decisiones - El mayor inclinó su cabeza un poco, un aura muy cálida, muy amorosa y comprensiva.

- Supongo que sí, a esa edad suelen cerrarse a los adultos y decirles cómo se sienten - apoyó ambos codos sobre la mesa, aún observando a los niños jugar a las atrapadas en el patio, parecían divertirse...

...parecían...

- ¿Le importa si hablo con los niños? - Preguntó de la nada, tomando por primera vez la taza de la mesa y acercándola a sus labios, solo un poco - Al menos hay que intentar comunicarnos con ellos.

Notó al hombre acomodarse en su silla y aclararse la garganta.

- No hay necesidad de esforzarse, como usted misma dice su grandísima santidad, los niños a esa edad tienen cambios muy notables en su personalidad, no queremos molestarla por cosas así - Dijo, sus ojos y labios se mantenían alegres, mientras hablaba claro y preciso.

- No tiene que preocuparse por mi, señor Jeremías, mis siervos son muy capaces de mantener la iglesia en mi ausencia, además, me gustan los niños - Aquella sonrisa que Theodore había presenciado volvió a mostrarse, tan tranquila y amable como siempre.

Padre, He pecado ∆ Wenclair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora