XVII confesión: Una mano amiga.

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×Wednesday×

Aunque no hubo un cese de los abusos recibidos en ese lugar, tener a alguien como Yoko con quién contar era agradable.

- Te lo estoy diciendo en serio, esa chica tiene 7 dedos, los conté, ¡Son 7 dedos!. - Me dijo al oído mientras hacíamos fila en el comedor.

Solo rodé los ojos ante sus palabras, Yoko tenía la mala costumbre de sorprenderse por cada pequeña cosa que veía en los demás, y hablar de las partes "Extra" que tenían los cuerpos ajenos le parecía fascinante, pero nunca juzgaba.

- De seguro tiene muchas heridas en sus manos - Comenté, colocando mi bandeja en la mesa para que se me sirviera el almuerzo.

Desde que creé esta alianza con Yoko, he sobrellevado de mejor manera mi tiempo en Nevermore, es como decían algunos, limpiamos las heridas de la otra y nos dolían de la misma forma.

Pero eso no evita que conforme crecimos, dichos castigos empeoraban.

- ¡Yoko! - corrí hacia ella, la habían tirado justo en la entrada de la habitación, me estaba preguntando porque no regresaba de su castigo si ya había pasado la hora, y me asusté al notar que poco se movía - ¡Yoko, dios, responde!.

Giré su cuerpo hacia mi, noté finas líneas de sangre derramada de sus ojos, limpiando las mismas con mis pulgares mientras la acunaba en mis brazos.

- Se están...volviendo creativos - logró murmurar de manera torpe, tomando mi mano entre la suya y sonriendo forzosamente.

¿Creativos?

¿Esto le parecía una broma?

Pero... suspiré, no puedo enojarme con ella, porque sé que restar importancia a sus problemas es la principal razón por la que se mantiene cuerda en un lugar así.

Limpié y cubrí lo mejor que pude sus heridas, y la dejé dormir por el resto de la noche luego de darle un sedante y analgésicos.

Reposé mi cabeza sobre su almohada mientras la observaba dormir, sus ojos vendados, sus ronquidos ruidosos y ajenos a la realidad, como una niña normal, durmiendo una siesta, sin prestar atención al daño hecho en sus ojos...

No sé si eso me entristece o me calma, pero si sé que lo odio, mis dedos presionando con fuerza las sábanas de su cama bajo los efectos de la ira son mi reacción más pura.

Y no tenía muchas ganas de ver sufrir a Yoko por estos mal nacidos por mucho más.

...

- Ten, es lo que pediste, no sabes lo que me costó conseguirla - Dejó a mis pies en el comedor una lata, marchandose tras recibir mi compensación en dulces y cachivaches que había tomado "prestado" del cuarto de los coordinadores.

Yoko miró por mí los alrededores, y cuando hubo una apertura en la vigilancia del comedor, yo tomé la lata y la coloqué en el bolsillo de mi uniforme, me levanté de mi asiento y fuí a dejar la bandeja junto a las demás para retirarme.

Aunque ahora le era complicado soportar la luz, se esforzaba por ayudar.

Sabía que el principal objetivo de los represores eran los ojos escarlata de Yoko, para ellos era algo anormal, pues era una niña peculiar con la mirada de un auténtico demonio, o eso decían ellos para sentir que sus acciones eran las correctas.

Padre, He pecado ∆ Wenclair Donde viven las historias. Descúbrelo ahora