4. Heridas abiertas

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La tía Bethany, después de tomarnos el chocolate, me dejó frente a un viejo edificio y se marchó tras una llamada urgente del trabajo. No me había preocupado por visitar las redes sociales ni había buscado información sobre la empresa, por lo que no tenía ni la más remota idea de qué me iba a encontrar en este lugar.

No tenía el número de Daphne ni forma de contactar con ella. Decidí acercarme a la puerta y esta se abrió. Apareció un hombre alto y con cabellera roja con algunas canas en las sienes. Me observó con curiosidad.

—Hola—saludé.

—Buenas tardes, ¿es la primera vez que vienes?

—Eh..., sí. Es la primera vez—dije. No sabía qué más decir—. Daphne...

Vi un atisbo de reconocimiento en los ojos azules del hombre.

—Mi hija te dio una tarjeta y te dijo que vineras aquí sin explicar nada, ¿cierto? —Sonrió y sacudió la cabeza. —Esta chica no tiene remedio, aunque sus intenciones son nobles.

—¿Qué es este lugar? —pregunté.

No sabía qué pensar. Primero la bolsa sospechosa que me hicieron entregar los hermanos pelirrojos y ahora su padre que me abría la puerta de este sitio. Tenía toda la pinta de tratarse de un negocio familiar, pero no tenía claro si era legal o no.

El hombre esbozó una sonrisa y abrió la puerta del todo invitándome a entrar.

—Ya lo descubrirás.


Entramos en el viejo edificio y atravesamos un largo corredor. Se oían risas y voces lejanas además de ruidos extraños. Poco a poco, a medida que nos íbamos acercando, fui identificando algunos de los ruidos. Algunos eran dolorosamente familiares y sentí una presión en el estómago.

El padre de Daphne giró a la izquierda y llegamos a una amplia sala donde se encontraba un grupo de personas jugando a un deporte que nunca había visto en mi vida.

—Bienvenido a nuestro club deportivo MovingLife. Aquí ofrecemos diferentes deportes adaptados a personas con discapacidad—dijo el hombre. —Esto que ves es Hockey en silla de ruedas eléctrica.

Asentí sin dejar de mirar la escena que se desarrollaba ante mí. Varios jóvenes en silla de ruedas eléctrica aceleraban con la silla y perseguían algo que no lograba ver. Uno de ellos, giró con rapidez y lanzó con la silla una pequeña pelota agujerada que rodaba veloz a ras del suelo.

La pelota fue directa hacia mí y el hombre la paró con el pie. El chico que la había lanzado daba vueltas alrededor supuse que buscando la pelota hasta que la vio y vino hacia nosotros.

—Te perdiste el golazo que metí. Clarissa no lo vio venir y marqué dos puntos.

—Muy bien. Te presento a un futuro miembro del club—dijo el hombre.

Lo miré con asombro.

—¿Miembro del club?

—Entiendo que has venido a ver los deportes y a elegir uno, ¿no?

Me quedé en silencio. En realidad, no sabía por qué había venido. Si hubiera sabido que esto se trataba de deportes ni me hubiera molestado en venir. Me prometí a mí mismo que nunca más sería parte de un equipo.

El hombre se dirigió al fondo de la sala y se acercó a una chica. La reconocí de inmediato, era Daphne. Ella alzó la cabeza y, al verme, vino correteando con una sonrisa en la cara.

—No pensé que fueras a aparecer por aquí—comentó a modo de saludo.

—Yo tampoco— musité.

—¿No nos presentas? —dijo una voz a nuestras espaldas—. Tu padre no llegó a presentarnos...

Ilusiones de invierno ©✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora