— ¡Elizabeth! — gritó Verónica — ¡devuélveme mis maquillajes! — siguió corriendo a su hermana de seis años por toda la casa — ¡No es una broma! ¡Mi novio pasará por mi dentro de poco!
— A que no me alcanzas — se burló la pequeña.
En poco tiempo, Verónica recuperó su maquillaje y regañó a Elizabeth.
— No puedes quitarme las cosas sin permiso — dijo — Si me las hubieras pedido te las prestaba — continuó hablando seriamente — Que no se vuelva a repetir ¿oíste?
— Si, Verónica — dijo Elizabeth arrepentida — lo lamento mucho.
Verónica asintió dándole saber a Elizabeth que su regaño había terminado. La pequeña caminó hacia la cocina donde su madre estaba preparando galletas.
— ¿Puedo hacerlas contigo? — preguntó la albina. Su madre se dio vuelta y le sonrió.
— Claro cariño.
Amasaban la masa y cuando esta estaba lista, la pequeña agregó chispas de chocolate a la mezcla.
Caroline alzó a Elizabeth y puso las galletas en el horno. Ambas se miraron con amor y ternura y su madre le dio un beso en la frente.
— ¿Quieres ir por un helado? — preguntó la madre.
— ¡Si!
Salieron de la casa hacia la heladería que quedaba frente al parque, tomaron helado de chocolate y frutilla. Mientras que tomaban, Caroline, le preguntó a Elizabeth cómo le estaba yendo en la escuela y le contestó que bien. La albina era una niña súper inteligente y dedicada con sus estudios. Pues a pesar de ser una pequeña, ya sabía que quería ser exitosa.
(...)
Elizabeth se encontraba sentada en el asiento del copiloto mientras que Meliodas manejaba con destino a la playa. Hablaban para entretenerse, ya que eran varias horas de viaje.
— La playa es hermosa — dijo Elizabeth — donde vamos nunca hay muchas personas, y tenemos la casa en la playa.
— Si, tienes razón, nunca había viajado solo por pura diversión, ahora que estoy contigo, haría lo que fuera para que estes feliz.
Elizabeth sonrió y le dio un sorbo a su botella de jugo. Cada vez en cuando la albina se quedaba dormida y por ratos despierta. Meliodas amaba verla dormir, tan bella, tan tranquila.
Al llegar a la casa en la playa, Elizabeth guardó su ropa y se tiró en la cama. El atardecer se veía hermoso en la playa, fue hacia la terraza y contempló el paisaje tan bello.
Cuando terminaron de desempacar fueron a cenar y luego a dormir. Estando en la cama boca arriba, ambos hablaban sobre lo que les gustaba hacer. Querían conocerse más de lo que se conocieron esos meses. Meliodas era muy celoso y manipulador, pero a pesar de ser un criminal, Elizabeth estaba a sus pies.
A mitad de la noche, Meliodas se despertó porque oyó cómo Elizabeth se movía de un lado a otro y balbuceando cosas que no lograba entender. La sacudió pensando que estaba teniendo una pesadilla.
— Eli, ¡Eli!
Elizabeth se despertó de golpe, tan de golpe que se sentó en la cama.
— Meliodas — sollozó abrazándolo con todas sus fuerzas.
— Ya, ya — dijo él sobando su espalda — solo fue una pesadilla, no pasa nada, estoy aquí para ti mi vida.
Volvieron a acostarse y cuando sonó el reloj a la mañana, desayunaron y se pusieron sus trajes de baño. Elizabeth para tapar sus cicatrices, tenía un short de baño color coral al igual que su maya de arriba. A Meliodas le parecía raro, normalmente las mujeres iban con trajes de baño reveladores y con el cuerpo de Elizabeth, ella debería lucirlo, pero no preguntó y solo fue al mar con ella.
Se mojaban y reían como locos.
El agua estaba tan clara que se podía ver todo. Cuando salieron del agua, fueron a su sombrilla y comieron fruta. Al rato un señor pasó vendiendo elotes y Elizabeth no dudó en comprar uno. Era delicioso, la comida típica de la playa era la mejor. Ya en la tarde comieron unos churros con dulce de leche; fueron exquisitos.
Cuando no quedaba nadie en la playa, Elizabeth estaba sentada en la arena mirando el mar y el atardecer, Meliodas se sentó a su lado sin decir nada, solo admirando el paisaje.
Ella terminó cayendo a los pies de ese hombre, la pudo enamorar en unos meses y la seguirá enamorándola, la trataba como una princesa, como si fuera lo mejor del mundo, y eso la hacía sentir especial.
De sus labios se escapó una frase que hizo que Meliodas la mirara para ver si era real lo que dijo o lo había imaginado.
— Te amo — dijo ella sonriendo y mirándolo de reojo.
— ¿Qué? — preguntó sorprendido, había oído bien, pero quería que Elizabeth lo repitiera. Ella giró su cabeza para mirarlo y lo único que hizo fue sonreírle. Volvió a mirar el cielo y sintió cómo Meliodas la tomaba por el brazo haciendo que ella quedara sentada en su regazo.
La besó, no era desesperado ni brusco, era más bien tierno, suave y lleno de amor, el amor que se tenían. Pero ambos tenían un secreto que no se lo habían contado al otro. Si estarían toda la vida juntos, deberían decirse todo. Pero Elizabeth no quería decirle lo de Mael, y Meliodas no quería comentarle que su padre le había dicho que debía golpearla si no le hacía caso.
Ambos mentían.
Pero era una mentira que no podían sacar a la luz, no por ahora.
Los dos se levantaron y fueron a cambiarse para ir a cenar a un restaurante, cenaron pasta y cuando volvieron a la casa, estaban besándose apasionadamente. Llegaron a la cama y Meliodas quiso quitarle la camisa pero ella lo detuvo.
— Eli... vengo queriendo tener relaciones contigo y no quieres ¿qué sucede?
— Yo... lo lamento, no puedo — dijo saliendo del cuarto y subió las escaleras hasta la terraza.
¿Debía decirle? Se pondría como loco y no se detendría hasta encontrarlo y matarlo. Se sentía culpable al no poder darle una noche de placer a su pareja que tanto quería, pero no podía dársela, no podía. Había algo que se lo impedía y no sabía cómo Meliodas iba a reaccionar.
— ¿Qué debo hacer? — dijo mientras se les escapaban unas lagrimas.
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¡Brujitos y brujitas! ¿Cómo están? Espero que súper bien.
¿Les gustó el capítulo?
¿Tienen preguntas? ¿Teorías?
Los leo y agradezco que apoyen esta historia.
Cariños❤️
Moon_
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Criminal
RomansaElizabeth, una neurocirujana muy prestigiosa y muy buena persona, queda su vida patas arriba al conocer al jefe de la mafia más importante. Él quiere iniciar algo con ella, pero Elizabeth duda al saber quien es él. ¿Podrá ella amarlo a pesar de quie...