Capítulo 11

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Valentina tatareaba una alegre canción mientras remendaba las últimas sábanas sentada en un butacón de madera. Últimamente, aprovechábamos las horas de la mañana para nutrir nuestra piel con vitamina E, el buen tiempo auguraba la primavera aunque alguna que otra brisa fresca besaba nuestra piel al desaparecer el sol.

Al realizar las actividades en el exterior, me ofrecí a tender parte de la colada ya que solía acabar con anterioridad las labores de costura. Excusa perfecta para broncear nuestra piel y poder chismorrear sobre la vida de la finca.

La lavandería, ubicada cerca de los huertos, permitía las vistas de varias localizaciones, sobre todo, de los muchachos con los que la pequeña de los Di Fiore tonteaba continuamente y, además, posibilitaba cerciorar los cotilleos que escuchaba del personal de cocina cuando iba a preparar el brebaje. 

-Tu muchacho está hablando demasiado cerca de la hija de Celestina, ¿no crees? -Agachada y escurriendo una camisa blanca de a saber quien, no dejé de apartar la mirada hacia al pareja de jóvenes que conversaban al lado del campo de cebollas.- ¿Quieres que espante al  moscardón?

Valentina resopló indignada.

-Pirlo no es mi muchacho. -Bajó la aguja y miró al objetivo.- Nunca lo ha sido, tengo más clase que....eso.

Reí por lo bajo ante su despecho, tenía entendido que susurraba acaramelado a varias jovencitas a la vez. Todo un Don Juan.

-Hay más chicos a los que conocer. Ayer revisé la renta de una familia nueva. -La miré de soslayo.- Hace menos de dos semanas se trasladaron y el hijo mayor tiene uno o dos años más.

Puse una mano en mi cintura y la otra en la frente a forma de visera. Esa mañana, en especial, el sol calentaba más de los habitual.

Había arremangado la volada falda por encima de mis rodillas, recogido el pelo en un simple moño ya despeinado y bajado las mangas de mi camisa haciendo un escote recto. Al fin y al cabo, la única que nos visitaba era Grazia.

-Si no me equivoco, ahora deberá de estar en el matadero preparando la pieza de carne para esta noche. -Continué.- Carlo me ha dicho que no le ha costado nada acoplarse al campo, ni a los horarios, se le ve honrado.

-Gabri, estás muy equivocada si confías en que mi futuro marido sea de estas tierras. -Imitó la postura de visera para poder verme.- Está bien divertirse un rato pero acabo teniéndolos  demasiado vistos, imagínate en unos años. Además, las que podemos, buscamos hombres fuera, si no, al final, cometeríamos endogamia. 

Una estrepitosa carcajada escapó de mis labios.

-Anda, princesa Borbón, ayúdame con las sábanas. -Mojadas pesaban demasiado dificultando el poder escurrirlas bien.

-En cambio, tu situación es diferente. -Fruncí el ceño curiosa mientras le soplaba a unos rebeldes mechones que caían por mi frente. Ella era consciente de la situación pues llegaba a ser un ente muy entrometido cuando quería, además, no me suponía un problema explicarle los acontecimientos ya que confiaba plenamente. - Has podido encontrar alguien que te complementa sin ver, desde pequeño, como se comía los mocos.

Sonreí divertida optando por apartar el pelo con la muñeca.

-En parte ayuda, sí, pero también el hecho de que nos queremos, no solo nos complementamos.

Hoy hacía dos semanas desde que llegué a la villa empapada, dos semanas donde Carlo y yo aprovechábamos las clases de tiro para ir conociéndonos tras aceptar su relación, tiempo en el que había visto a un callado y ensimismado Nereo.

No iba tan mal como esperaba aunque la sensación era la de conocer a fondo un amigo, no el futuro padre de mis hijos, sin contar los episodios de "memoria revivida" con Ivano.

Di FioreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora