Capítulo 9

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Eran las cuatro de la mañana, el silencio reinaba en la casa y hacía horas que la luz ya no iluminaba los pasillos. Si no hubiese cambiado nada, a estas horas, estaría siguiendo a un panzón sudoroso a una zona VIP cogido a mi cintura intentado sobar otras partes del cuerpo. Ivano abriría la roja cortina de terciopelo sonriendo, jocoso, sin perderme ni un minuto de vista. 

Dudaba que él no supiese el hecho de no haber yacido con ninguno de los hombres que interrogaba. En teoría, era un trofeo que exponía y prestaba a los más importantes o adinerados haciéndoles creer que podían tenerlo todo, hasta a la estrella del cabaret, sin embargo, había veces que no quería información, era morbo puro. No noté ningún castigo por ello, ni al principio, aunque era imposible que no lo descubriera. No después de tantos años. 

A lo mejor lo prefería así, pura y dispuesta para su abusador, por eso lo dejaba pasar. Aún puedo sentir su aliento en mi mejilla mientras me susurraba acaloradamente cuan suya era, como rajaría cuellos si me oía gemir con alguien diferente a él.

Notaba su presencia detrás de la cortina, diferente al resto de cubículos que si tenían una puerta propia, notaba cuando se apegaba más al oír mis fingidos gemidos, igual que también noté como se fue cuando Marco empezó a golpearme brutalmente. Jamás lo había hecho.

No obstante lo agradecí, soy creativa pero no hubiese podido encontrar una buena escusa para explicar como un hombre joven, enervado, cayó de golpe quedando inconsciente encima de una mujer débil y ensangrentada. 

Al fin y al cabo, mi prioridad era mantener en secreto el brebaje pues, por mucho que Ivano me espiara, los que los hombres me decían eran meros susurros entrecortados entre gemidos al empezar a encargarme de sus miembros. El problema habría llegado si mi receta acababa en manos de la familia Messina, habrían sido imparables haciéndose con el comercio y acabando con todas las casas.

Solo espero que Fiorenzo no se vaya de la boca.

 Sentía demasiado placer para algo tan ordinario pero nunca me habían permitido holgazanear, siempre con horarios y obligaciones, golpes y ensayos. En esta casa también las tenía aunque me permitían hacerlo donde quisiera. 

Dos días han pasado desde la fiesta del vino. Dos días que nadie preguntó o molestó y dos días en las que no salí de  mi habitación para nada. Valentina dejaba comida y bebida en la puerta y yo me preocupaba de hacer mi trabajo hiendo a hurtadillas al despacho en la madrugada. Al amanecer, dejaba los informes y las notificaciones correspondientes en el despacho de Fiorenzo y volvía a la habitación para esconderme del resto.

No quería ver a Nereo, no quería dar explicaciones a su padre y no quería el consuelo de su hermana o de Carlo. 

El techo de mi habitación ya no ofrecía el consuelo que necesitaba y me levanté dispuesta a cumplir con las obligaciones del día. Preparé la bañera, cogí un pijama limpio y me desnudé con calma delante del espejo.

Los moratones ya no relucían morados, si no, una tonalidad verdosa empezaba a ganar terreno pese a que el más cantoso era el del cuello. Bien, van desapareciendo. Las rodillas y los codos tiraban la piel al gesticular un poco de más a causa de las costras ya duras, por lo menos, al mojarlas no molestarían tanto.

Sostuve con una mano la lámpara de aceite mientras subía un poco el bajo de mi bata al caminar por los desolados pasillos. Bajé las escaleras ignorando las miradas de los cuadros, a esas horas, toda la casa parecía cobrar vida, crucé el vestíbulo  y me dirigí al despacho. 

Cerré la puerta suavemente mientras miraba que nadie hubiese percatado de mi paseo nocturno. Me enorgullecía ser muy sigilosa y escurridiza, además de mis otras destrezas, pero quien sabe, la familia Fiore contaba con toda una plantilla de guardas que velaban por el resto del clan.

Di FioreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora