-Debe de ponerse algo más abrigado, señorita. La temperatura empieza a bajar.
Negué apesadumbrada incapaz de mover un músculo. Continuaba respirando ahogadamente.
Seguía en su regazo, descansando en su hombro encogida a ras del pecho donde un brazo rodeaba mi espalda y otra sujetaba mis piernas.
Las convulsiones menguaban dejando un leve temblor, el sudor permanecía perlando mi cuerpo y, aunque las imágenes junto con el pitido habían desaparecido, la angustiosa presión en el pecho acosaba explotarlo.
-Gabriela, concéntrese en mí. -Su voz fue un susurro vibrando su torso al compás de las palabras.- Respire conmigo, fije su mente en un punto y empápese en él. Deje que la embauque y la llene.
Noté como sus labios acariciaron mi pelo cerca de la oreja, apoyando su boca en mi cabeza, tocando íntimamente pero sin llegar a considerarse un beso. Involuntariamente, hundí la cara en el hueco de su cuello a la vez que cerraba la mano arrugando el bajo de su camisa.
Como brisa de verano, su olor empezó a llegar. Esos matices de madera, musgo y tabaco inundaron mis fosas nasales y expandieron mis pulmones liberándolos de la opresión.
Obedecí las órdenes de Nereo al pie de la letra: me concentré en su aroma, respiré con él y me empapé de las sensaciones que provocaba su contacto. Sensaciones escondidas por la mella de Ivano.
Al poco tiempo, como un chute de éter y cloroformo, fui relajando todos y cada uno de los músculos mientras respiraba profundamente llenando los pulmones de oxígeno.
Abruptamente, fui consciente de todo: Carlo, Fiorenzo, lo que acababa de ocurrir, Nereo levantándome del suelo, su fuerte mano encima de mi torneado muslo, los apretados músculos de su brazo conteniendo mi peso, su regazo...
-¿Qué ha pasado? -Pregunté tras incorporarme un poco.
Barrí el despacho con la mirada, los cristales seguían en el suelo y el líquido brillaba esparcido.
-¿Cuánto hace que no prueba una gota de alcohol? -Contestó con otra pregunta.
-Empecé a reducir la dosis hace poco más de una semana aunque, llevo tres días sin beber nada.
Ah.
-¿Se ha sentido mal desde entonces? -Empecé a atar cabos.- Cualquier síntoma parecido a una gripe o la necesidad de hidratarse constantemente a pesar de beber agua.
-¿Cómo es que sabe tanto? -Giré para mirarlo. Dios mío, está demasiado cerca. Negué dubitativa.- Periodos de sudor frío en el despacho y pesadillas que no me han dejado dormir nada las últimas noches.
Sus manos seguían en el mismo lugar y empezaba a arder la piel justo donde tocaba.
Gabriela, por favor, has estado a punto de quedarte pajarito, compórtate.
-Sé lo que le ocurre a la gente ... que consume alcohol . . . cuando está en abstinencia. -Levantó la mano hacia un mechón que caía cerca de mi ojo. A centímetros de rozar mi piel, inspiré lentamente esperando su roce, sin embargo, paró en seco retirando el gesto como si la caricia fuera un acto de traición.
Gabriela, recuerda que es un hombre correcto, retirar mechones en una mujer comprometida está prohibido en los mandamientos pero que mi nalga izquierda esté encajada en su entrepierna, es de lo más común en el código de caballeros del siglo 19.
- Muchos de los nuestros buscan consuelo en la bebida incapaces de dormir tras cometer su primer asesinato o al ver los cuerpos inertes de sus compañeros, familias y niños en una misión. Cuando llegan al punto de ser un peligro y un estorbo les damos dos opciones: un balazo en la cabeza o mantenerse en abstinencia hasta que superen la adicción.
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Di Fiore
RomanceEra insegura y era buena, con ética y moral, con unos principios como los del resto de la gente. Era una joven que intentaba cumplir los arduos estereotipos que marcaban la sociedad, llena de castillos en la cabeza y odiando un futuro al que creía t...