(Recuperación)

48 3 30
                                    

Campo de entrenamiento militar de Sadala, continente Iragana. Año 771.

La corona de Sadala valoraba la lealtad sobre todas las cosas, cada soldado de Sadala debía tener en mente eso, además de lo que pasaba si ese mandato era ignorado. Sin excepción , todos y cada uno de los traidores a la corona recibirían el peor castigo posible para un saiyajin: la muerte por ejecución. Sin gloria, sin lucha, solo morir con la mirada baja.

Para prevenir esto, se educaba a los soldados desde edades tempranas para servir al rey, viviendo bajo un régimen estricto en el que los días pasaban lento entre las comidas, siestas y entrenamientos. Generalmente, el ejército reclutaba a adolescentes que hayan estudiado en una de las tantas escuelas que abundaban en la gran capital, tras graduarse con todos los honores posibles y siendo el orgullo de sus familias.

Este no era precisamente el caso.

Tras haber sido rescatados de sus secuestradores, todos los niños que solían pelear para ellos fueron sometidos a algunas pruebas físicas que solo pasaron unos cuantos, quienes de inmediato comenzaron su entrenamiento en uno de los más grandes campos de entrenamiento militar existentes. Kyabe y Caulifla resultaban ser los más jóvenes hasta el momento en ingresar ahí, ya que los niños de su edad se vieron incapaces de pasar todas las pruebas necesarias para quedarse, para sorpresa de los altos mandos.

Como parte del entrenamiento, ese día tendrían que aprender a nadar como parte de las habilidades básicas para la supervivencia, y la pequeña pelialborotada no la estaba pasando muy bien al ver la inmensidad de la piscina frente a ella.

—¡Caulifla! ¡Apúrate que no tenemos todo el día! —Gritó uno de los adolescentes con fastidio, los otros le siguieron la corriente y comenzaron a burlarse de ella. —¡Deberías regresar a chuparte el dedo niña!

—¡Cállense! —Les respondió, pero los saiyajin de mayor edad solo se burlaron más de ella debido a su voz aguda, siendo señalada como una "voz de niñita". En medio de la multitud de adolescentes otro niño de su edad decidió no burlarse y en cambio le dio ánimos. —¡Tú puedes Caulifla!

La mencionada volteó a ver al niño que la apoyaba, enseñándole la lengua.

—¡No necesito tu lástima, Kyabe! —Esta vez, el pequeño fue el encargado de recibir las burlas por parte de los adolescentes, haciendo que se sonrojara de la vergüenza. Después, se disculpo con su compañera. —Perdón...

Caulifla se dio cuenta de la profundidad del cuerpo artificial de agua. Demasiado profundo para poder pararse y sacar la cabeza al mismo tiempo, pero no tanto como la profundidad del mar.

Ella odiaba el mar.

Kyabe observaba con preocupación a la otra niña. Él había intentado hacerse amigo de ella con la finalidad de aminorar la soledad que atormentaba a ambos; no funcionó, o bueno, al menos no del todo. Ahora se podría decir que eran un poco más que desconocidos, compañeros tal vez, pero definitivamente no eran amigos.

Cinco minutos bastaron para que el grupo, incluyendo a la instructora militar encargada de dirigir el entrenamiento, perdieran la paciencia. Esta dejó de lado su actitud más comprensiva con la niña y se acercó a ella, cargando su cuerpo con la intención de acelerar su ingreso al agua. La pelialborotada comenzó a gritar asustada de ser lanzada; recordaba haber visto a muchos niños siendo ejecutados al lanzarlos al agua o tratando de escapar nadando del navío en el que los transportaron cuando ella y el resto de niños de su orfanato fueron llevados a la capital. La mayoría de ellos morían al cabo de unos minutos, y después sus cadáveres terminaban flotando en el agua a la vista de cualquiera que osara asomarse, sirviendo como un cruel recordatorio de lo que sucedería si se resistían o trataban de escapar.

A cada bandido hay un soldadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora